Los miserables (Kurutta)

Recuerdo del primer mensaje :

Levanto la vista al escaso cielo que se ve desde la puerta de mi edificio. Por más que lo intento, no consigo descubrir ni un solo rayo de sol. El sol nunca llega hasta aquí. Con un suspiro, cierro los ojos y bajo la cabeza. Un fuerte acceso de tos me obliga a doblarme en dos. Saco el pañuelo y me lo aprieto con fuerza contra la boca. Un grupo de chiquillos andrajosos me señalan y se ríen, hasta que una mujer gruesa los ahuyenta con una escoba para que me dejen en paz. El ataque de tos me deja agotado, y cuando termina, apoyo la frente contra la pared, respirando de forma agitada. El pañuelo está cubierto de sangre. Rápidamente me lo guardo en el bolsillo. Poco a poco me voy poniendo erguido y vuelvo a mirar hacia el cielo, en un intento patético por ver el sol. Pero ni siquiera el sol se apiada de nosotros. Cojo el estuche del violín, que siempre va conmigo a todas partes, aunque sea hasta la puerta de la calle, y saco el instrumento. Lo manipulo con mimo, y empiezo a tocar, cerrando los ojos

Violín

Kurutta no deshizo su sonrisa en cuanto supo que su relato había sido algo agradable de escuchar para Mijaíl.

—Sin duda lo parece. Ojala pudiese conocerlo en persona— dijo con una suave voz, a la vez que lo miraba con algo de curiosidad...

Casi no había reparado en lo importante que una relación amorosa podría llegar a resultar para los seres vivos, en parte por que su amo, principal figura y ejemplo de una persona, era viudo y carecía por completo de este tipo de afecto, pero, ver a Mijaíl con cierta ensoñación por algo como eso hiso que Kurutta se lo planteará por primera vez. Quizás luego le preguntaría a alguien al respecto.

—Seguro que conocerá a alguien a quien jurárselo— desconociendo su verdad además de su posible y trágico destino no pudo hacer más que desearle el bien; aún si no entendiese del todo aquellas cosas del amor y la atracción parecía ser lo suficientemente agradable para iluminar aquel rostro, y eso era suficiente conocimiento para él —No, no. Gracias a usted por la plática. Ha sido muy agradable— mencionó mientras hacía negaba con una mano, como había visto a sus niños hacer. Cuando Mijaíl mencionó sobre lo tarde que era los ojos de Kurutta se abrieron como platos —¡Oh, tiene razón!— dijo a modo de exclamación, solo que sin hacer mucho ruido. Se levantó y miro por el sitio por el que había llegado unos momentos antes de volver a dirigirse hacía el rubio —Será mejor que me vaya antes de que se haga más tarde...— parpadeó sorprendido por su ofrecimiento, pero se sintió incapaz de aceptarlo —No, muchas gracias, estoy seguro que no hará falta. Usted debería de ir a descansar, así se recuperará más pronto de su tos— y sonrió con algo que parecía confianza —Muchas gracias por todo. Mucha suerte, y muy buenas noches. Quizás para lo próxima pueda contarle alguna otra historia— se despidió con un movimiento de la mano, inclinó ligeramente la cabeza y se dio la vuelta.

Iba repitiendo en su cabeza la melodía del violín que Mijaíl había tocado mientras en su cabeza imágenes de una Rusia indomable se mostraban. Estaba seguro de que Ichiro no tardaría mucho en llegar y puede que volviese de humor, ¡puede que incluso pudiese contarle que conoció a alguien nuevo! Aunque fuese poco probable que se parara a escuchar lo que el autómata tenía por decir Kurutta jamás perdería la oportunidad de intentarlo, menos después de que alguien como Mijaíl hubiese estado dispuesto a escucharlo y a hablar con él. Aquella conversación se había sentido tan casual que por un momento pensó que parecía que estaba vivo.