Los miserables (Kurutta)

Levanto la vista al escaso cielo que se ve desde la puerta de mi edificio. Por más que lo intento, no consigo descubrir ni un solo rayo de sol. El sol nunca llega hasta aquí. Con un suspiro, cierro los ojos y bajo la cabeza. Un fuerte acceso de tos me obliga a doblarme en dos. Saco el pañuelo y me lo aprieto con fuerza contra la boca. Un grupo de chiquillos andrajosos me señalan y se ríen, hasta que una mujer gruesa los ahuyenta con una escoba para que me dejen en paz. El ataque de tos me deja agotado, y cuando termina, apoyo la frente contra la pared, respirando de forma agitada. El pañuelo está cubierto de sangre. Rápidamente me lo guardo en el bolsillo. Poco a poco me voy poniendo erguido y vuelvo a mirar hacia el cielo, en un intento patético por ver el sol. Pero ni siquiera el sol se apiada de nosotros. Cojo el estuche del violín, que siempre va conmigo a todas partes, aunque sea hasta la puerta de la calle, y saco el instrumento. Lo manipulo con mimo, y empiezo a tocar, cerrando los ojos

Violín

El sitio le parecía inadecuado para alguien como Ichiro. Kurutta caminaba casi con gracia mientras seguía de cerca al mayor de los hijos de su amo. Este no parecía feliz con haberlo traído, y sus largas zancadas hacían que el autómata tuviese que adelantar el paso con rapidez. Desde que Ichiro había "dado el estirón" le dejaba atrás rápidamente, y aunque al comienzo Kurutta era más alto que él ahora a penas y le alcanzaba al pecho. Era casi gracioso cuando te dabas cuenta de que era él quien debía cuidar del más alto. 

—Joven Ichiro, no creo que...— intento decir, pero fue interrumpido con un chasquido de la lengua —...Entiendo...— se calló, y avanzaron. Era evidente el tremendo cambio entre los barrios burgueses que Kurutta frecuentaba y... Bueno, esto. Él todavía no podía comprender por que Ichiro quisiera venir por aquí, pero debía de cuidarlo. 

—Oh...— Ichiro se detuvo al mirar a alguien que parecía estar esperándolo. Un chico moreno de cabello corto. Lo saludo a la lejanía, alzando un brazo y mirando confundido a la compañía —Allí esta ese tonto...— Kurutta pudo notar el comienzo de una sonrisa en sus labios —Volveré en unas horas. Quédate aquí y...— 

—¡S-sabe que no puedo hacer eso, joven!— lo interrumpió —Si su padre se entera...— 

—Él no va a enterarse por que no vas a decirle nada, ¿entendido?— había ira en su mirada mientras sus manos se colocaban sobre sus hombros, una presión que él no podía sentir se hiso visible. Asintió —Voy a estar bien, y no voy a estar solo, ¿vale?— 

—¿Lo promete?— Kurutta no quería dejarlo ir, pero Ichiro era casi un adulto, y como tal tenía derecho a tener su propio espacio. 

—Si, solo... Eh... No te pierdas. Vendré a buscarte más tarde— antes de que pudiese despedirse o al menos desearle suerte Ichiro se dio la vuelta y corrió para encontrarse con el chico de pelo corto, con quien comenzó a hablar y reír. Hacía mucho que no lo veía así de contento. 

Se quedo ahí parado hasta que los dos jóvenes desaparecieron de su campo de visión, dejándolo en soledad, en un sitio en el que nunca había estado. Se movió incómodo, sin saber que hacer o que decir. Sabía que su obligación debería ser seguirlo y asegurarse de que estuviese a salvo, pero era cierto que no quería irritarlo, ni arruinar la felicidad que parecía sentir. Que dilema.

Un sonido llegó a sus oídos, uno que creía no había escuchado con anterioridad. Más que un sonido era una melodía, una suave, que oscilaba entre frecuencias que no sabría como describir. Se quedo en silencio, incluso cerrando los ojos para poder disfrutarla. Había algo en la melodía que era casi triste, ¿o sería que sus propios "sentimientos" le ayudaban a percibirla de esa forma? Fuera como fuera Kurutta se sintió atraído hacía dicho sonido, que a juzgar por este no debía de estar tan lejos.

Torpes pasos lo condujeron hasta que encontró la fuente del sonido, un chico alto, rubio, de mirada nostálgica y que tocaba con una delicadeza increíble el instrumento desconocido. Sus ojos se abrieron y le observó por unos instantes, la melodía todavía revoloteando en su cabeza.

—Que bello...— susurró, aunque quizás no fue tan bajo como creía. Enseguida hiso una leve reverencia hacía él —...Lamento la interrupción, es solo que...— era extraño que a él le faltaran las palabras, pues había sido programado con varias de ellas desde un principio, y aun así no sabía que decir —... Es una melodía...¿Canción? Muy hermosa...— ¿Quién diría que un sitio tan marginal y poco atractivo a la vista pudiese encontrar algo que lo haya encantado de esa forma?

Notitu:

La música me absorbe de tal manera, que consigo mi objetivo, abstraerme de toda la miseria que me rodea, y de mi propio malestar. Por eso ni veo ni oigo acercarse a ese niño con aspecto tan raro. Solo cuando lo tengo justo delante de mí, solo cuando escucho su voz hablándome, mis ojos parpadean ligeramente  y los enfoco en él. Mis dedos dejan de tocar, y lentamente bajo los brazos, colocando el violín junto a mi cuerpo. Una suave sonrisa se forma en mi rostro.

- No te disculpes. Me alegro de que te haya gustado. En este barrio pocos son los que aprecian la música de verdad. La mayoría lo consideran una pérdida de tiempo. No les culpo. Tienen familias que alimentar, y esas mismas familias tienen que trabajar todos, hasta el último niño. No pueden perder el tiempo - Suspiro. Es una triste realidad que pocos acceden a ver - ¿Habías escuchado a Chopin antes? Es uno de los grandes compositores románticos. Polaco. Tiene piezas maravillosas

No puedo evitar fijarme atentamente en él. Nunca he visto a un autómata. Ni siquiera sé que existen. Para mí es un niño. Pero le veo algo extraño que no sé identificar.

- ¿Estás solo, pequeño? ¿Dónde están tus padres? No deberías alejarte de ellos, estarán preocupados por ti - Doy por hecho que tiene padres, pero son tantos los huérfanos que hay por las calles que él podría ser uno de ellos

Kurutta se sintió algo arrepentido cuando, por su culpa, el joven dejo de tocar. El silencio que le siguió fue casi triste, sobre todo por que le había gustado mucho la canción. Por un momento pensó que se enojaría con el por interrumpirlo como su dueño solía reaccionar al hacer lo mismo, pero la sonrisa que le dirigió fue suficiente como para despejar ese pequeño temor. Le sonrió suave en respuesta. 

Lo que salió de los labios ajenos, sin embargo, fue descorazonador. 

Kurutta era ingenuo a aquella realidad. Se podría decir que había vivido en una extraña burbuja en la que la familia de su dueño era lo único que existía e importaba. Ladeo su cabeza y se acercó un poquito más, respetando el espacio personal del desconocido músico. 

—No sabía que i-incluso los niños trabajan... ¿Tan mal están las cosas?— dijo bajo, ciertamente sorprendido por aquella realidad. Recuerda a sus niños, los hijos más pequeños de su amo, ¿si ellos hubiesen tenido la mala suerte de vivir en barrios así tendrían que trabajar? No le gustaba la idea, para nada —Si es así es entendible que quizás no les llame la atención... Aunque eso no quita que sea algo muy hermoso...— aunque su semblante es algo neutro ciertamente hay algo de congoja en su rostro —¿Chapin?— pregunto, errando en el nombre —No, no lo había escuchado antes... ¿Polaco? Debe de ser de muy lejos...— ladea la cabeza hacía el otro lado, pensando. 

En realidad el ni siquiera conoce el instrumento que estaba tocando. Fue programado para ayudar con los cuidados del hogar, por así decirlo tenía todas las tareas que una ama de casa haría, sobre todo al cuidar de niños, cosas como la música, el arte... Eran cosas que se consideraban innecesarias para ello. 

—¿Eh? Oh, no no. No tengo padres. Vine acompañando a alguien, me ha pedido que espere por aquí...— miro alrededor, como haciendo énfasis a lo dicho. Estaba tan acostumbrado a no hablar de su condición de autómata que no creyó que fuese necesario. Probablemente fuera algo tonto, pero quizás le faltaba un poco de sentido común —Seguro que no tarda mucho...— hay cierta desazón, no por que no pensara que no fuese a volver, si no por que le gustaría haberlo acompañado —Pero... Eh... ¿Puedo saber que es eso?— no sabe si es de mala educación preguntar al respecto, pero mira con curiosidad el instrumento en sus manos.

- ¿Mal? - Guardo silencio - Tú no eres de por aquí ¿verdad? - De serlo, no tendría que preguntarme eso. Me suscita más preguntas sobre su origen - La gente de aquí es pobre. La mayoría somos inmigrantes. Trabajamos en las fábricas. Demasiadas horas sin descanso, de pie, sin apenas tiempo para comer, sin derecho a tener médicos si enfermamos. Si enfermamos nos echan a la calle - Mi rostro se ensombrece - Y los sueldos son tan bajos, que apenas llega para sobrevivir. Por eso hasta los niños tienen que trabajar. Y aun así, no es suficiente. Nunca es suficiente. Pero a las clases ricas les da lo mismo. Solo quieren seguir produciendo. Solo quieren ganar dinero. No les importa que sea a costa de la vida de los demás. Si un obrero muere, hay otros 10 como él desesperados por tener trabajo. Por desgracia, es así de cruel

No tiene padres. Por aquí es lo normal. Pero no conoce cómo se vive aquí. Me resulta ilógico. Incluso los que viven en orfanatos saben cómo están las cosas.

- Ya veo. Vivo arriba - Señalo el piso más alto, el más barato de todos - Si quieres puedes esperar ahí. Es mejor que esperar en la calle. Mi hermana ha hecho tarta de manzana. ¿Te ha dicho a qué hora vendrá a buscarte?

Desde luego, este chico es muy raro. Puedo entender que pronuncie mal el nombre de Chopin, pero que no sepa lo que es un violín.

- Se llama violín. Es un instrumento de cuerda. Es muy extraño que no lo conozcas. Eres muy extraño ¿lo sabías? - Me echo a reír, divertido, pero rápidamente la risa se transforma en un violento ataque de tos, y de nuevo me veo obligado a doblarme sobre mí mismo, tapándome la boca con el pañuelo, que de nuevo es manchado con sangre

—No, no soy de por aquí. Es la primera vez que veo este lugar.. En realidad a mi jefe no le gustan mucho estos lugares...— dice sincero mirando hacía arriba durante unos momentos, a penas notando un pequeño pedazo de cielo —No le haría gracia saber que estoy por aquí— aunque intento sonar neutro había cierta preocupación y vacilación en su voz, pues le asustaba ser descubierto y que le desechara como hace mucho se lo había prometido. Sin embargo no habla más sobre el tema y se limita a escuchar lo que el músico dice.

"Es horrible" piensa, y aunque su rostro no es tan expresivo como el de un ser vivo refleja parte de su pesar al descubrir esa realidad. Su ceño se frunce al igual que sus labios, en una delgada línea.

—Eso...Eso suena tan horrible...— dice con dificultad. Incluso se asoma cierto remordimiento, recordando como había ignorado una realidad así de cruda hasta ahora —Yo... Oh... Desearía que esas cosas no pasaran— dijo con voz baja, más no inaudible. No sabe que decir, salvo eso —Es tan... Es tan injusto—

El solo hecho de imaginarse a niños trabajando... Presas de la misma desesperación y estrés de un adulto le provocan algo parecido a la tristeza, y el hecho de que ni siquiera sea él quien esta sufriendo lo hace darse cuenta de la triste realidad que vive aquel joven. Puede que no tuviese sentimientos como tal, pero como el autómata para el cuidado de niños que era le programaron lo más cercano a estos, y la empatía era algo que había aprendido hacía poco.

—No se preocupe, yo estoy bien, puedo esperar aquí— menciona, temeroso de alejarse y hacer que Ichiro se preocupara, además de que estaba algo extrañado por su amabilidad, incluso por todo lo que ha vivido... —No, no me ha dicho, pero esta bien. Puedo esperar el tiempo que haga falta— dice sonriendo. Claro, siempre y cuando no lloviera. La simpatía del desconocido lo hiso sentirse más frustrado por lo que tenía que pasar, no dudando ni un segundo de lo que decía, le bastaba ver el tono despectivo de su dueño hacía los pobres o hacía lo que no trabajaba adecuadamente para saber que tristemente habían muchos que pensaban como él —¿Así que violín?— pregunta con curiosidad, despejando los pensamientos sobre su propietario —Que curios- ¿raro?— se interrumpe, pero no parece ofendido, si no más bien divertido. La risa casi le es contagiada, y si la suya no fuese horrible y funcionara como se supone lo más probable es que se hubiese reído junto a él, pero poco después la tos le envió alarmas y lo hiso enderezarse.

Kurutta se alarmó al instante. Su programación, aunque hecha para cuidar de niños, no excluía la preocupación y alarma hacía señales de estrés y cansancio de adultos, y esto estaba por encima de lo que había visto antes con su amo. Invadiendo el espacio personal ajeno se inclino hacía él, dándole un par de palmadas suaves sobre su espalda, luchando por recordar el protocolo adecuado. Sabía que en esos casos era mejor beber algo de agua, pero siendo que se encontraban fuera no podría tenderle algo. Decidió esperar a que se recompusiera lo suficiente para mirarlo con preocupación.

—¡Señor! ¿Se encuentra bien?— aunque pudo haber sonado más alarmado sus limitaciones se lo impidieron, eso no elimino el rostro de asombro que puso al ver la sangre empañando el pañuelo, cosa que lo dejo sin habla —¡D-debe de ir a un hospital!— dice, pero recordar lo que le había dicho lo hiso callar inmediatamente —No era mi intención... Quiero decir, ¡debe haber algún médico que este dispuesto a tratarlo! D-debe de haber alguien...— piensa en Yasahiro, su amo, ¿sería que si le suplica lo suficiente este dispuesto a ayudar a alguien de los barrios bajos? ¿o prefiera hacer de la vista gorda y seguir con lo suyo si no hay dinero de por medio? Dolorosamente conocía la respuesta.

Notitu:

Mi mano libre se aferra a la pared, arañando la superficie de ladrillo. Mi cuerpo tiembla violentamente con cada acceso de tos. Empiezo a tener dificultades para respirar. Ni siquiera me doy cuenta de que se ha acercado a mí en un intento por ayudarme. Lentamente, el ataque va cesando, pero me siento tan débil y mareado, que tengo que sentarme. Más bien mi cuerpo se deja caer en los escalones que dan acceso al edificio. Apoyo la frente contra la pared, arrugando el pañuelo en la mano y respirando con dificultad.

- Ya me han visto muchos médicos, pequeño - Mi voz suena tan débil que es apenas un susurro - Todos me han dicho lo mismo. No te preocupes. Me recuperaré. Solo necesito un momento - Me conmueve esa preocupación que siente hacia mí, y no me siento con fuerzas para explicarle a un niño al que ni siquiera conozco que me estoy muriendo. Mejor que crea que es algo pasajero. Me esfuerzo por respirar profundamente, para calmar los acelerados latidos de mi corazón - ¿Cómo te llamas?

El ataque de tos continua, y durante ese tiempo Kurutta permanece a su lado, palmeándolo con cuidado. Cuando el ataque pasa piensa que se mejorará casi inmediatamente, pero su debilidad no se le escapa a la mirada, así que cuando comienza a sentarse lo ayuda a hacerlo, o al menos se sienta a su lado a su misma velocidad, su respiración entrecortada todavía lo alarma, pero no se atreve a mencionarlo. Simplemente permanece a su lado. 

—¿Esta seguro?— pregunto dudoso, pero al fin y al cabo cada uno conoce su cuerpo y sus propios límites, ¿no es así? —Oh, si es así... E-entonces, ¡Seguro que se recupera pronto!— dijo, intentando animarlo. No sabía del todo como funcionaban las enfermedades, vamos, que el no podía padecerlas, pero si había visto a un médico y este le había dicho que se iba a poner mejor entonces lo haría, por que los médicos no mienten, ¿verdad? Aunque el joven músico luciera mal seguro que mejoraría —Por un momento pensé que sería muchísimo más grave, me alegro de haberme equivocado— dijo ya más tranquilo mientras cerraba los ojos y sonreía, ignorante a la desgarradora realidad —¡O-oh, cierto!— abrió los ojos como platos antes de enderezarse un poquito —Mi nombre es Kurutta, puede llamarme Kuru, o como guste. No hay ningún problema— dice amable, recordando el diminutivo de su nombre que los niños de su amor suelen usar con él —¿Puedo saber su nombre?— pregunta, algo más tímido. 

Nunca fue bueno preguntando los nombres de otros, casi siempre se los han presentado, aunque piensa que no ha sonado fuera de lugar.

“No, no te has equivocado” Pienso. Pero su inocencia es tan evidente, que no puedo evitar sonreír otra vez, y hasta vuelvo a reírme con suavidad, pero de nuevo empiezo a toser, no tan fuerte como antes, por lo que podría parecer una tos normal. Tarda unos segundos en desaparecer, y vuelvo a respirar profundamente.

- Gracias. Seguro que sí me recupero pronto

Su inocencia es como un soplo de aire fresco. No es muy habitual ver a niños así de inocentes. Los de aquí están tan espabilados que hasta te roban la cartera mientras te dan los buenos días sin que te enteres del robo hasta un buen rato después. La fuerza de la necesidad.

- Ku… ru… tta - Pronuncio su nombre con cierta dificultad, marcando sin querer la r - Es la primera vez que oigo ese nombre. Encantado de conocerte - Le sonrío - Yo me llamo Mijaíl. Mis amigos más cercanos y mi hermana me llaman Misha. Puedes llamarme así si quieres

El violinista sonríe y ríe, y aunque su ataque de tos vuelve el hecho de que sea uno "normal" hace que Kurutta baje la guardia y también sonría mientras apoya su barbilla sobre sus manos. Tiene el impulso de sobar su espalda, pero se contiene lo suficiente como para no hacerlo, "No invadas el espacio personal de otros. Es algo grosero y maleducado" intenta recordarse continuamente, y es ahí donde sus programaciones chocan y le hacen confuso actuar; la social le pide que no lo haga, la que se encargar de cuidar a otros le suplica que haga algo. Es algo raro lidiar con ambas, pero lo hace, por que esta acostumbrado a que una de sus partes ceda. 

—El gusto es mío... Oh, también es la primera vez que escucho su nombre, joven Mijaíl— dice curioso, mirándolo con ojitos curiosos, sobre todo por su pronunciación, una que, hasta el momento, había desconocido por completo, a lo que quiere preguntar, por supuesto, pero las formalidades le vencen y se siente incapaz de invadir su privacidad —Oh, espero haberlo pronunciado bien, a veces se me complica cuando conozco palabras nuevas— y no es mentira, siendo que fue programado con las palabras que supuestamente iban a bastarle para cuidar niños es algo complicado cuando conoce cosas nuevas —Su nombre debe de ser de un lugar lejos de aquí, ¿verdad?— pregunta, aunque que cuando se da cuenta intenta componerlo —Bueno, es que se me hiso un nombre muy curioso, lamento si le incomodé— y agito una de sus manos, como intentando restarle importancia con un gesto que copió explícitamente de uno de los hijos de su amo.

- Lo es. De un lugar muy lejos de aquí - La nostalgia y el dolor se reflejan en mi mirada, e inmediatamente adopto una actitud melancólica - Vengo del Este. De un país enorme que se llama Rusia. Es un país cargado de tradiciones. Allí la gente puede ser algo brusca y se bebe mucho - Sonrío - Todo se hace a lo grande, somos muy apasionados y todo lo hacemos con esa misma pasión. Amamos nuestra tierra. La llamamos nuestra Gran Madre Rusia. Y que nadie se meta con ella. Hay muchos bosques y ríos, y una enorme extensión de tierra helada que se llama Siberia donde no vive nadie. Allí es donde envían a los presos. La propia naturaleza es su prisión, porque es casi imposible poder escapar de Siberia con vida. Pero a su manera Siberia también es hermosa. Toda Rusia lo es. Por desgracia, mi familia tuvo que marcharse de allí. Tuvimos que irnos porque tenemos una fe diferente y no nos querían allí. Por eso tuvimos que irnos. Es doloroso estar lejos del hogar. Pero al menos aquí pudimos empezar una nueva vida - Le sonrío - ¿Y qué me dices de ti? ¿De dónde viene tu nombre?

Kurutta guarda silencio para escuchar lo que Mijaíl tiene que decir; si algo caracteriza al autómata es que es bueno escuchando a otros. Todavía mantiene su barbilla sobre sus palmas mientras imita una postura más relajada.

—¿Rusia?— repite curioso; sabe los nombres de algunos países, claro, pero no recordaba que antes se le hubiese mencionado aquel en algún tema de conversación. A veces era como si nada a excepción de las calles de Áberum existieran para él, de modo que al escuchar al violinista relatar lo que solo pensó existía en libros y cuentos lo hiso consciente del gigantesco mundo en el que vivían.

Se enfocó más en intentar imaginar de lo que hablaba, ¿pero como algo que no está vivo tiene la capacidad de imaginar algo que jamás ha visto? Lo que hace es recordar los dibujos que ha visto en los libros de sus niños e imaginar aquellos sitios como las ilustraciones. Puede que quedase de más mencionarlo, pero Kurutta estaba encantado con lo que escuchaba.

Ríos, bosques, extensiones de tierra helada... ¡Sonaba a cosas tan bellas! Y aunque había una parte triste en todo ello -aquello sobre prisioneros lo seguía intrigando- habían muchas cosas que pensar.

—¿Has visitado esos bosques y esos ríos? ¿El agua es tan fría como dicen los cuentos? ¿De verdad hay muchos animales libres por ahí?— preguntó acercándose un poquito —Todo suena tan irreal...— sin embargo se aclaró rápidamente —¡Sin ofender! No es que no le crea lo que dice, no se trata de eso... Es que jamás he visto nada que se le parezca... La verdad yo nunca he visto un sitio así... Podríamos decir que Áberum es todo lo que conozco, y bueno, tampoco es que haya salido de la ciudad antes. Esta es la primera vez que me alejó tanto de la casa de mi jefe...— dice con casi un sonido de triunfo en su voz. Kurutta jamás había salido de la zona centro y los barrios en los que la familia Kobayashi vivía. Solo salía a hacer las compras y volvía antes de que fuese muy tarde.

Su realidad ha estado toda llena de edificios, casas, calles pavimentadas... El único sitio con algo de naturaleza que ha visto ha sido el parque, pero aún así no le parecía lo mismo que un bosque o que un río. Lo suyo ha sido un hábitat creado y reformado por seres humanos, igual que su misma existencia.

—Seguro que aquí pueden iniciar una buena vida. Mi jefe y sus hijos vinieron aquí por lo mismo— dice con la esperanza de poder darle palabras de aliento, y cuando le pregunta sobre el origen de su nombre se queda quieto, pensativo —En realidad nunca lo había pensado antes...— inició —Fueron los hijos de mi jefe los que me pusieron mi nombre. Ellos dicen que de donde vienen es un nombre bonito, aunque nunca me dijeron que significaba. Ellos vinieron desde Japón, dicen que nunca ha hecho mucho frío allá, y las casas son distintas a las de aquí— aunque ahora se da cuenta de que nunca le hablaron mucho sobre Japón ni sobre nada. Casi hay decepción en su semblante tras percatarse de ello. No piensa que lo dicho es algo raro, aunque quizás lo sea un poco —Y... bueno... En realidad eso ha sido todo lo que me han dicho sobre Japón... Puede que les pregunte más sobre allá cuando la tenga oportunidad, así si nos vemos de nuevo puedo contarle sobre ese lugar— resuelve con una sonrisa. No sabía si luego iban a verse otra vez, pero quería que si así fuera tuviese más cosas para contarle sobre el país que le había dado nombre de igual forma que él lo había hecho hablándole de Rusia.

Notita:

Despertada su curiosidad, Kurutta empieza a hacerme un montón de preguntas sobre mi patria, llegando incluso a acercarse más a mí, como si de ese modo satisficiese todavía más su curiosidad. Recibo todas esas preguntas con una tierna sonrisa en la cara, su curiosidad, tan dulce y tan característica de los niños, no me deja indiferente. Espero pacientemente a que termine de formularlas, mientras pienso en la mejor forma de contestarlas.

- No sé cómo describen en los cuentos mi hogar. Pero es verdad que hay algo de mágico en esas tierras. Cuando llega el invierno, y la nieve y el frío se apoderan de todo. Cuando los árboles se congelan, y un pesado silencio se abate sobre los bosques. Cuando la naturaleza entera parece dormir. Entonces sí parece un paisaje sacado de un cuento. Los lobos son los amos del lugar, y sus aullidos pueden escucharse a altas horas de la noche. Los osos duermen en sus cuevas. Y algún tímido ciervo se atreve a romper la inmovilidad del bosque, con sus largas patas hundiéndose en la nieve. El agua está tan fría, que hay que romper la capa de escarcha para poder acceder al líquido. Fui muchas veces a esos bosques cuando era pequeño, con mi padre. Vivía en una aldea pequeña, con casas de madera y techos de paja, donde la naturaleza era la reina indiscutible. Los niños jugaban ahí sin preocupaciones, conocedores de cada rincón secreto. Y algunas veces íbamos a cazar y a pescar. Era un lugar tranquilo, donde todo se regía por la misma rutina. Imagino que ahora seguirá estando igual

Espero haber satisfecho en parte su curiosidad. Ahora es su turno de hablarme. Por desgracia, no puede contarme mucho sobre Japón, lugar del que nunca he oído hablar.

- Me gustaría mucho que me hablases sobre Japón. Nunca he oído hablar de ese país. Esperaré impaciente ese momento

Spoiler:

Sin apartar su mirada y casi sin parpadear escuchaba lo relatado por el ruso; no solo parecía confirmar lo que más o menos sospechaba de los libros de sus niños, solo que aquello que le contaba tenía un aire que lo hacía sentir parte de la convicción con la que hablaba. Parecía hablar de un invierno que Kurutta jamás habría podido vivir, pues nunca le había tocado ver algo por el estilo. Lo único parecido a ello que había visto era, una vez, ver como nevaba; los pocos copos de nieve que había visto y que se derretían a penas tocar alguna superficie no parecían similares a lo que él hablaba. Su relato parecía una fábula, una suave historia que no quería perderse.

Kurutta no conocía a esos animales que mencionaba, pues los únicos animales que había conocido habían sido los perros y algunas aves, de modo que su imaginación lucho por poder darles una imagen. Alguna programación probablemente tuviese escritas las características de tales animales y junto a todo lo que conocía las imágenes de un perro de colmillos largos, uno de gran tamaño y otro con unas astas encima de la cabeza se presentaron en aquel paraje imaginario. Pueda que la imagen para aquellos que si saben como lucen esos animales sea... Bizarra, por decir menos, pero a él no. Es más, estaba encantado con el resultado.

—Qué lindo sería poder ver y vivir todo aquello...— dijo con los ojos cerrados, aunque volvió a abrirlos cuando creyó sentir decepción viniendo del joven adulto. Incapaz de quedarse como si nada y no brindarle algún relato a cambio Kurutta lucha por recordar algún relato que Shizue o que Kenji ha contado a otras personas -nunca a él, por alguna razón- y cuando creyó encontrarlo sonrió un poco —Bueno, creo que hay algo que podría contarle— se aventuró a decir, aún si quizás lo que contase no fuese del todo verídico por no haber escuchado la conversación completa —Una vez escuché a los niños de mi jefe hablar sobre una especie de... ¿Celebración? Creo que eso era... Bueno, sea lo que sea, escuche que realmente la adoraban. Dicen que una vez al año todos los árboles de cerezo florecían. Dicen que las flores eran de color rosado, uno claro, y que toda la ciudad se llenaba de ellas... Dicen que aquellos que juraban su amor durante los días que florecían tendrían un amor eterno... Aunque sinceramente no se si sea cierto o no... Me gustaría poder contarle alguna historia que sepa de propia mano sea verdadera, pero no puedo. Lo siento— dice lamentándolo de verdad. No puede sentir tristeza como lo hace un ser vivo, pero hay algo parecido a ello que se asoma cuando se da cuenta de lo poco que conoce el mundo. El Japón lleno de rosa y la Rusia llena de nieve son lo único además de las calles de Áberum que puede imaginar.

Al contrario que Kurutta, que desconozco que, por su condición autómata, algo que también ignoro, le es imposible, o muy difícil imaginar el escenario que acabo de describir, me introduzco de lleno en su relato, y ante mí empiezan a desfilar imágenes maravillosas, la mayoría fruto de mi imaginación, pues nunca he estado en Japón, y desconozco su aspecto. Pero lo que sí puedo vislumbrar con completa nitidez, resaltando sobre un fondo que vete a saber si corresponde a la realidad o no, son los árboles del cerezo. Veo ante mí hileras de ellos, todos florecidos, con esas flores de color rosa. Sonrío y cierro los ojos para apreciar mejor esas imágenes. Las flores de los árboles vuelan, mecidas por el viento, como una aparente nevada, llenando de felicidad los corazones de aquellos que las contemplan. Un suspiro involuntario se escapa de entre mis labios.

- Parece un espectáculo hermoso - Comento en voz baja, con los ojos todavía cerrados - Me gustaría verlo en persona alguna vez. Y… tal vez… jurarle mi amor a alguien - Me ruborizo con solo pensarlo, y abro los ojos, sabiendo perfectamente que no va a poder ser, pero los sueños aligeran el alma, y la esperanza da color a los días - Ha sido una historia muy bonita, gracias - Le sonrío y siento un pequeño escalofrío al bajar un poco la temperatura - Se está haciendo tarde. ¿Cuándo decías que venían a recogerte? A una mala, puedo acompañarte yo, así no vuelves solo a tu casa