Reaper man | Priv. con Agón

Esa noche Kurutta se encontraba extrañamente desanimado. No era común en él sentirse de esa forma, por supuesto, pero la idea de pasar otra noche en soledad le molestaba. Había pasado mucho -demasiado- tiempo desde que Yasahiro llevaba a sus hijos a una salida familiar. Tanto, de hecho, que casi se había olvidado las miradas de emoción que los más pequeños hacían cada vez que escuchaban los planes para aquella noche. Debería de bastarle la idea de que sus niños disfrutaran de una velada con su padre, lo sabe, pero aún así había un desazón extraño ante la idea de no poder acompañarlos, pues sabía de sobra que a Yasahiro no le hacía ninguna gracia su compañía. Era una noche especial solo para ellos.

Había escuchado que iban a ir al Gran Teatro Fellow, puede que fuesen a ver una obra teatral, puede que solo a ver un musical. Sea lo que sea seguramente iban a disfrutarlo. Shizue había tarareado felizmente mientras Kurutta la ayudaba a escoger un conjunto. Su felicidad era tan brillante que eso hacía que se olvidará de su desasosiego. Por primera vez  tenía verdaderas ganas de acompañarlos. La posibilidad de que pudiera escuchar algo de música con ellos hacía que recordará su encuentro con Mijaíl, un joven violinista con el que conoció la música, lo que hiso que dejará de ser algo ajeno para él. El solo recordar a el joven tocando con delicadeza aquel instrumento hacía que sonriera un poquito.

Mientras se despedía de la familia y la casa se llenaba de un silencio extraño Kurutta comenzó a sentirse incomodo. Claro, carecía de una programación que lo hiciera sentir de aquella forma con exactitud, pero había algo cercano a ello; la soledad siempre le era rara. Nadie le decía que hacer, ni le estaba pidiendo hacerle compañía. No habían tareas pendientes ni debía preparar la cena, pues la familia Kobayashi solía irse a comer a algún restaurante para gente adinerada como ellos antes de terminar la velada. La realización de que no tenía pendientes lo sorprendió. No recordaba la última vez que le había pasado.

El sonido de las pisadas de Koinu -aquel cachorro que Kenji insistió con adoptar- era el único sonido que resaltaba. El pequeño era el más consentido de la casa, ¡incluso Yasahiro parecía tenerle estima! Era obediente, y tras un merecido baño lucía como una adorable nube blanca con manchas marrones. Aunque era lindo a Kurutta se le complicaba comprenderlo. Si para el autómata ya le era un conflicto la conducta de los humanos la de los animales le eran aún más extraña. A veces ladraba mucho, muchísimo. Otras veces no hacía ni un solo ruidito, y algunas otras soltaba un quejidito pequeñito y suave mientras ponía una cara de suplica difícil de ignorar cada vez que veía a Kurutta en la cocina. Solía estar siempre con los niños, siempre jugando. Realmente había traído la felicidad consigo, y era raro imaginar sus rutinas sin los desastres que sin querer ocasionaba. Aunque Ichiro y él solían ser quien lo sacaba a pasear para que pudiera divertirse sin romper nada allí dentro el cachorro siempre encontraba la oportunidad de divertirse dentro de casa.

Llegó a la sala olfateando, mirando al autómata abrir una ventana para sacudir el polvo de esta antes de mover su cola y caminar detrás de él juguetonamente. Kurutta lo miro antes de ignorarlo y subir al tercer piso, con dirección al estudio de Yasahiro. A él no solía gustarle que entrara, pero de vez en cuando le daba una sacudida al sitio, pues el polvo se acumulaba mucho. Cuando salió tras terminar Koinu todavía lo perseguía, saltando enfrente suyo y agitando su cola, mordiendo incluso el dobladillo de sus pantalones, aunque era tan suave al hacerlo que ni siquiera le importó. Iba a sacudir las habitaciones de los niños antes de quizás limpiar la cocina cuando el perro se sentó y levantó sutilmente las orejas, separándose del autómata para dirigirse a la habitación de Shizue. "¿Va a esperarla?" pensó el oji-carmín antes de darse la vuelta para ir al cuarto de Kenji; la puerta abierta de la habitación lo confundió, pero no pudo analizar más aquello cuando el ladrido del pequeño casi lo sobresaltó, pues no solía hacer ese tipo de ruido durante la noche. Era una de las primeras cosas que había aprendido.

Se aproximó extrañado hacía allá cuando el pequeño corrió disparado en su dirección; escasos segundos pasaron para que una arma blanca se enterrará en el suelo en el que el cachorro estaba parado hace tan poco. Las alarmas dentro de su programación se dispararon en un clic. Dejo el plumero que llevaba en la mano tirado y corrió hasta la puerta para abrirla con brusquedad.

A mitad de la habitación se encontró con una figura alta, oscura, casi tanto que podría confundirla con las sombras. Una máscara blanca resaltaba siniestramente, con una mueca que fue capaz de perturbar a alguien como él.

Si hubiese tenido un corazón seguramente habría dejado de latir.

Notita:

ADVERTENCIA DE CONTENIDO:

Sonrió, siempre le era emocionante hacerlo. Sabía que no podría haber fallos, se había asegurado de que fuese de esa manera; no en vano había pasado la última semana observando a la familia Kobayashi. Sabía que esa noche la casa estaría vacía, nadie podría verle robando las brillantes joyas que la pequeña Shizue guardaba a un lado de su cama antes de dormir, o las que Yasahiro resguardaba en su estudio; pero de cierta manera esperaba equivocarse, esperaba que alguno de los pequeños hubiese deseado no ir al teatro, esperaba que estuviese solo, en casa; sin nadie que pudiese ayudarle. Esperaba que Yasahiro hubiese vuelto temprano, esperaba que estuviera en su estudio y esperaba poder observarlo desde detrás; desde la ventana a la que siempre daba la espalda, esperaba poder subir y…

Mordió su labio inferior con antelación, saltó del tejado en el que encontraba hasta una farola, de la cual se sujetó. Buscó por algún incauto que le devolviese la mirada, pero al no ser así cruzó rápidamente la calle y trepó con suma facilidad la cerca que delimitaba la propiedad Kobayashi. Se deshizo de su calzado una vez hubo llegado al costado de la edificación y comenzó a escalarle sin problema alguno; lo hacía dando saltos, como un animal lo haría, y con cada salto que daba su sed por matar se hacía mayor; de nuevo dejó su mente divagar.

Había matado de formas brutales antes, había consumido los cuerpos vivos de sus víctimas, había torturado de estos; pero cuando descubrió el placer del instinto feral de una persecución nada fue igual. Para Agón nada se comparaba a la excitación que sentía cuando acechaba a una de sus presas por días, o tal vez semanas; aprendiendo todo lo posible de ellos: Su hogar, los puntos ciegos de este y sus posibles rutas de escape.

Solía dejarles pensar que podían escapar, pero no era así. Ver la esperanza en sus caras cuando estaban a punto de escapar… Y luego, su resignación; la mirada de alguien que sabía que lo había dado todo por escapar y que aun así no podía hacer nada encantaba a Agón; ponía a los humanos en su lugar como seres inferiores a él, inferiores a la naturaleza misma; comparados a él eran inútiles.

Se posó como una gárgola en la ventana del pequeño Kenji; Agón sabía que dormía mientras veía las estrellas. No gustaba de matar de niños, pero en ese momento era presa de sus propios instintos; deseó, pues, que el pequeño se encontrase durmiendo, aún si sabía que no era así revisó su cama.
Vacía. Tomó salvajemente todas las cosas brillantes que pudo encontrar, cegado por su avaricia avanzó hasta la habitación de Shizue para seguir con su atraco.

Se apresuró hasta la cómoda de la pequeña y comenzó a tomar todo lo que pudo. Observaba por poco tiempo las joyas que después guardaba en su abrigo, ansiaba añadirlas a su obsesión; una pila de oro y joyas en el faro del que había hecho su hogar.

Fue entonces que una de las joyas que tomaba llamó su atención más que las otras: Se trataba de un collar cuyo fin era la pintura enmarcada en oro de una mujer de blanca cabellera y rojos ojos. Agón la tomó y la llevó a la altura de su cara para observarle mejor. Su brillo no se comparaba a la de los demás, era obvio que la pequeña Shizue solía pulirla seguidamente; dedujo así que se trataba de una de sus posesiones más valiosas. Sonrió, era justo lo que buscaba.

El relucir de la joya calmó su sed de sangre, o eso pensó Agón.

Súbitamente un agudo sonido azotó sus oídos; un ladrido. Giró su cabeza a la vez que una inconsciente sonrisa se dibujaba en su rostro.

No gustaba de matar de animales, pero ahora mismo no le molestaría hacerlo; estaba desesperado por matar algo, era presa de sus instintos de la forma en la que solo los animales lo eran.

¿Debería apuñalarlo o solo lanzar un cuchillo? ¿Debería dejar el cadáver en la cama de la niña o repartirlo por toda la planta?

Comenzó a acercarse lentamente a el cachorro mientras estaba perdido en sus pensamientos, tomó el cuchillo que guardaba en una de las fundas de su pierna derecha y lo alzó sobre su cabeza, pero fue entonces que el canino soltó un chillido y salió de la habitación.

Agón lanzó sin pensar el cuchillo que yacía en su mano, pero falló. Gruñó de frustración, y cuando estaba a punto de ir tras su inesperada presa una figura femenina apareció en el marco de la puerta.

La leve sonrisa de antes se convirtió en la horrorosa mueca sonriente de un asesino.

"La madre" Se dijo para sus adentros. Agón se regocijó con la idea de dejar la cabeza de su nueva víctima sobre el escritorio de su esposo, o sobre la cama de alguno de los hijos que tanto amaba. Sonrió, ni siquiera se preguntó mucho el que hacía ahí; solo quería matarla.

Tomó el cuchillo de su brazo izquierdo y se lanzó con una velocidad sobrehumana, enterándolo así en el hombro de su víctima... Pero tan rápido como le apuñaló se percató de algo: No había sangre...

En esos momentos ya ni siquiera se preocupó por fingir que respiraba como todos los días lo hacía; esa situación lo sobrepasaba. Tenía protocolos instalados acerca de como actuar durante un robo, o eso creía haber escuchado el día que le despertaron, sin embargo la sorpresa de que en efecto la casa de su amo fuese objetivo de un ladrón hiso que un extraño sentimiento se colocará dentro suya.

Se quedó paralizado durante escasos segundos antes de que un brillo captará su atención; era el camafeo de Shizue. Su posesión más preciada. Recuerdos de la pequeña limpiándolo y guardándolo en su mesita de noche y mirándolo con adoración de repente llegaron a él; no podía dejar que se lo llevara. No cuando parecía significar tanto para la pequeña. Ni el pendiente, ni nada que le perteneciera a los Kobayashi. A penas podía procesar lo que iba a hacer cuando el desconocido actuó primero.

El cuchillo se enterró en su hombro con tanta velocidad que le costó verlo. Kurutta carecía de algo que le tradujera aquel daño en dolor, como lo hacían los seres vivos, de modo que solo retrocedió por la fuerza con la cual fue apuñalado. Ni siquiera intentó quitarse el cuchillo de encima, pues a penas tuvo la oportunidad posicionó sus manos sobre las grandes manos contrarias, comenzando con un forcejeo algo violento. El sonido de los ladridos estridentes del cachorro solo hacían el asunto mucho más angustioso de lo necesario.

Puede que hayan terminado tirando algunas cosas de los muebles mientras avanzaban y retrocedían; Kurutta tenía más fuerza que la de un chico de su apariencia tendría, claro, jamás tanta como la de un autómata creado para el combate, y su piel sintética era más delicada que la de estos, pero su fuerza parecía ser suficiente para que aquel intruso no continuara avanzando dentro del hogar de la familia. Tan enfrascado estaba en evitar que el ladrón robara que no se dio cuenta de cuando se habían acercado tanto a la ventana.

Estaban en el tercer piso, lo que significaba que aquella caída podría ser peligrosa, incluso para él; ¿estaría bien arrojarlo con tal de que abandonará la casa? ¿aún si si los resultados iban a ser tan desastrosos?

No se permitió dudar cuando empujó con más brusquedad al hombre.

Lo siguiente que pudo sentir fue que ambos se precipitaban hacía el suelo y su cabeza chocaba contra la barbilla ajena.

El cuchillo había sido clavado en su víctima a la vez que un chirrido metálico lastimaba los oídos de Agón. No podía entenderlo...

<<¡¿Metal?!>> No tubo tiempo de pensar, pues fue sometido por un fuerte agarre de parte de Kurutta. Intentó retirar el cuchillo de su víctima, pero fue inútil. Intentó entones tomar alguno de los muchos cuchillos que guardaba en su túnica, pero no pudo; todos sus intentos, uno tras otro fueron inútiles. Retrocedía a la par que forcejeaba con Kurutta, haciendo un desastre de la recién ordenada habitación.

<<¡La ventana!>> Pensó. Podría arrojarle por ella sin problema, pero... ¿Y si caía con ella? Fácil. Podría dejar las caretas atrás y mostrarle su verdadero ser; podría devorarlo, podría arrancar su cabeza de un mordisco para saber que había dentro de él, podría alzar el vuelo y dejarle caer, podría aplastarle lentamente en el piso, podría...

Sus pensamientos fueron interrumpidos, aún estaban a unos pocos pasos de distancia de la ventana cuando Kurutta puso todo su peso en empujarlo. Cayó, pero arrastró a Kurutta con él.

Sonrió, pues dentro de él sabía que había ganado. Su ropa se desgarró apenas comenzaron a caer, las mangas de su túnica se desgarraron al igual que el pecho de esta, dejando ver unas escamas negras tras de sí. Alas negras cual noche nacieron de su espalda a la vez que la careta de porcelana luchaba por mantenerse en lugar debido a un creciente hocico.

Pero todo esto se detuvo cuando Kurutta dio accidentalmente un cabezazo al hocico de Agón, causando que sus ojos se humedeciesen.

Sus escamas desaparecieron, sus alas, hocico y alas también. Todo lo que lo hacía mejor desapareció en la fracción de unos segundos.

Golpeó el suelo con la espalda; pero no tubo tiempo de asimilar el dolor cuando Kurutta cayó encima de él. Sintió como el aire fue evacuado de sus pulmones abruptamente, escupió sangre a la vez que lágrimas derramaban de sus ojos.

El impacto de la caída ocasionó que su interior lleno de engranajes se agitara, tanto, de hecho, que sintió algo parecido a la pérdida de equilibrio. Aunque pudo haber sido peor, y lo sabe. La textura extrañamente blanda del suelo solo fueron un indicativo de que no había caído sobre este, sino sobre el intruso. Aunque la caída había sido algo dura pensó que los resultados habrían sido un poco más... Escabrosos. El hecho de que el sujeto siguiera consciente hiso que se percatara de lo peligroso que realmente era. Debía de actuar antes de que ocasionará más problemas.

Kurutta se irguió lo suficientemente rápido como para inmovilizarlo sobre el suelo antes de que pudiera quitárselo de encima, aunque probablemente lo haya conseguido por que quizás seguía recuperándose de la caída. Ambas palmas tomaron las contrarias y las sujetó con fuerza. Su ceño se frunció, pero sus limitaciones impidieron que fuera algo mínimamente intimidante.

—Será mejor que devuelva todo lo que haya tomado si no quiere consecuencias— lo que debió de haber salido como un tono demandante y autoritario salió como una voz suave; un poco más seria que lo común, quizás sin ser cantarina como casi siempre. Al fin y al cabo no era un tono que fuese útil en aquella situación.

Por primera vez maldijo su regulación en su voz; si pudiera alzar la voz pudiese llamar la atención de alguien, ¡seguramente que alguien lo escucharía y fuese en su auxilio! Desafortunadamente no había nada que pudiese hacer. La única opción que tenía es que el enmascarado decidiera echarse para atrás y devolver lo robado, entonces podría darle una advertencia de que aquello era malo y ambos podrían volver a lo suyo... ¿Habría otra opción? ¿Cuáles eran las posibilidades de que alguien de la guardia pasará precisamente por ese punto? ¿Y si se negaba? ¿Podría retenerlo hasta que Yasahiro llegará? Aunque su rostro no refleja su preocupación el hecho de que no sabía con seguridad como proceder hacía que algo se agitará dentro suyo. El agarre sobre las muñecas ajenas se intensificó un poco.

Sus palabras hicieron que le hirviera la sangre aún más; mientras se recuperaba de la caía solo podía pensar algo: Era SU tesoro, eran SUS joyas ahora.

Intentó quitarse de encima a Kurutta, pero ninguno de sus intentos surgió ningún tipo de efecto.

-¡Te mataré! ¡Te mataré! ¡Te mataré! ¡Te mataré!- Repitió una y otra vez. Su ropa se desgarró a la vez que aumentaba de tamaño y adoptaba su forma de dragón; causando que Kurutta cayese.

Se alzó entonces ante aquella pequeña figura la verdadera forma aquella sombra.

Un lagarto gigante con garras como lanzas, dientes como espadas y alas que podrían generar tornados con solo un aleteo; más grande que cualquier edifico que kurutta haya visto jamás.

Lo aplastó con la garra de su ala. -¡Un humano NO va a darme órdenes!- Gruñó -Eres un ser inferior, tomaré todo lo que quiera si me apetece ¡Acabaré con tu patética vida y con la de tus hijos si me apetece!¡Quemaré tu casa y a todo lo que amas si vuelves a decirme que hacer!- Resopló sobre el autómata.

El forcejeo del desconocido no se hiso esperar, y tan pronto como comenzó Kurutta aumentó el agarre sobre sus muñecas, decidido a no dejarlo escapar, pensando, con ingenuidad, que su fuerza iba a ser más que suficiente. Estaba equivocado.

Junto a una voz gutural en un idioma que no alcanzaba a comprender los cambios sobre el ladrón comenzaron. Mentiría si dijera que no sintió una inquietud que jamás había sentido, y también mentiría si mencionara que no sentía miedo. Allí, viendo como un ser humano se transformaba en algo que jamás había conocido lo desconocido le sacudió el mundo entero. Ya no con unas ganas de aprender sobre lo que no conocía, sino todo lo contrario. Era como si deseará jamás haber sentido lo que siente ahora, ni ver lo ahora veía.

Ni siquiera pudo pensar en escapar. Carente de instintos de autopreservación y con no más que una programación que le dictaba que las pertenencias de su amo y su familia eran más valiosas que él fue incapaz de moverse. Pensó que era un fallo en él. Que debería moverse, que debería intentar hacer algo, pero como si fuese un error en sus engranajes le fue imposible.

La figura ante él solo parecía una sombra, una escalofriante, más grande de lo que cualquier ser vivo, desde su punto de vista, debería de ser. No pasó mucho para que fuera reducido al suelo, en el cual se sintió mucho más pequeño.

No pudo apartar su mirada de la contraria, casi como si pidiera clemencia, aún sin hacerlo, más no para él, sino para ellos.

—...Haz conmigo lo q-que quieras, pero...— sus manos sujetaban la garra de la figura encima suyo, pero no ejercían ninguna fuerza. No había nada que pudiera hacer, después de todo —...P-pero no los lastimes a ellos...Por favor...—"Te lo suplico..."  dijo en algo que parecía un susurró, anhelando ser escuchado —...Jamás le han hecho daño a nadie...— dijo recordando los niños inocentes que eran, esperando alcanzar al menos una pizca de compasión de parte del desconocido. No luchó, ni se retorció intentando zafarse. No había necesidad, después de todo, por más que se esforzará, no iba a poder liberarse. Sus ojos se enfocaron en lo que apenas alcanzaba a distinguir como los ojos del contrario, y mantuvo allí su mirada, sin vacilar.