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Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
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Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
- ¿Has venido sola?
Jean-Pierre puso los ojos en blanco y se revolvió incómodo en el asiento. En contadísimas ocasiones, llamar tanto la atención le molestaba, ¿cuántas veces iban a hacerle la misma pregunta? Este era ya el tercero en lo que iba de noche. Si lo único que podían pagar era una entrada en el tercer anfiteatro, seguramente una noche con él estuviera muy, muy por encima de sus posibilidades. Contó hasta tres antes de mirar al hombre que le había hablado, para no soltarle cualquier barbaridad. Al fin y al cabo, quien estaba sentado en el asiento del tercer anfiteatro del teatro Fellow se suponía que era una dama, y Jean-Pierre no quería ser una dama vulgar.
- He venido con mi marido.
- ¿Y dónde está? –el varón desconocido alzó una ceja e inclinó la cabeza, esperando una respuesta.
- Fuera. No le gusta la ópera –silencio incómodo solo roto por el ruido del público en el intermedio-. Me está esperando –de nuevo, silencio-. Está fuera –Jean-Pierre muy serio, lo miró fijamente a los ojos. Solo parpadeó una vez, de manera lenta y deliberada. Se sintió muy aliviado cuando el hombre se dio la vuelta y volvió a su asiento sin hacerle más preguntas, ignorándole. Parecía que su capacidad persuasiva había tenido efecto. Volvió la oscuridad, la orquesta comenzó a afinar. Acto final del “Orfeo en los infiernos” de Offenbach. La soprano en el papel de Eurídice, Olivia Mauger, era una delicia, la mejor con diferencia de todo el elenco. La orquesta le había sorprendido gratamente: no era la del Teatro de París, pero aquellos ingleses sabían bien lo que hacían.
Tras la actuación, Jean-Pierre se apresuró a mezclarse con las multitudes que salían del primer anfiteatro y del patio de butacas. La solitaria dama de vestido ajustado y rojo oscuro y flores a juego en el pelo se movía como pez en el agua, aunque no se detenía a saludar a nadie. Estaba pendiente de las conversaciones que había a su alrededor, la mayoría alabando a la soprano, unas pocas quejándose del traspiés que había tenido el director al final, marcando mal a los metales y haciendo que entraran descuadrados, casi nadie hablando de lo poco que estaba a la altura de la soprano su compañero Orfeo, un tenor de segunda fila que destacaba aún más en su mediocridad al lado de Olivia. Se llevó una mano con un guante negro a los labios, pintados de un tono rojo quizás un tanto oscuro de más para ser considerado un color refinado al pensar en eso. Pobre tenor, al menos lo había intentado.
- ¿Buscaba a alguien, señorita? – un caballero, esta vez mucho más arreglado que el del tercer anfiteatro, se acercó a Jean-Pierre-. ¿Qué le ha parecido el espectáculo? - el francés sonrió tímidamente y bajó la mirada, fingiendo un poco de azoramiento por el acercamiento tan repentino.
- He visto tenores mejores – un vistazo rápido a su ropa hizo que perdiera el interés en aquel hombre enseguida. Sí, la ropa era de buena calidad, diez años atrás estaba de moda. Hacía una década tal vez le hubiera podido sacar algo de provecho a aquel quizá aristócrata, quizás burgués, venido a menos. Las punteras de sus zapatos estaban un poco gastadas-. Estoy buscando a mi marido. Seguramente esté en la cafetería, tomando algo. No le gusta la ópera, ¿sabe? Siempre me espera acompañado de un buen vino- se dio la vuelta y se fue.
Se le había antojado un vino. Iba un poco ajustado de presupuesto aquel mes, pero la falta de capital no era un problema para Jean-Pierre. Siempre podía convencer a alguien para que le invitara. También contaba con conseguir a alguien esa noche para… en fin, pagar el alquiler. La cafetería era igual de magnífica que el resto del teatro, y estaba rebosante de gente. Siempre la había sorprendido la capacidad de los asistentes a un concierto para ir del patio de butacas a la zona de vinos en un instante. Estaban aplaudiendo, y un minuto después, tomando algo. Olivia Mauger estaba en la barra, tranquilamente, charlando con su compañero Orfeo (¿cómo se llamaba aquel hombre? ¿Cómo habían llegado allí tan rápido?). Se podía acercar, tal vez, decirle que le había encantado su actuación e ignorar cruelmente a Orfeo. Podía, tal vez…
Su tren de pensamientos se detuvo, igual que su avance, cuando vislumbró al que iba a ser su compañero esa noche, costara lo que le costase. No lo dudó ni un instante. Había algo en él, no sabría explicarlo exactamente, que le… atraía, (aparte de su buen gusto al vestir, con prendas de esta temporada y no hace diez años). Sacudió ligeramente la cabeza y esbozó una sonrisa dulce. Le daba igual si aquel hombre alto, de cabello gris y con un parche (si es que parecía sacado de uno de sus relatos) estaba en medio de una conversación o se quería marchar de una vez a su casa. Se acercó con paso firme y tranquilo, y una vez a su lado, carraspeó suavemente para llamar su atención. En aquellos momentos, Jean-Pierre se daba cuenta de lo bajito que era.
- Disculpe, pero ¿nos conocemos? Me suena su cara, pero no estoy segura de dónde podríamos haber coincidido, señor… -esperaba que fuera lo suficientemente educado para darle su nombre. Al fin y al cabo, era un caballero tratando con una dama-. Yo soy la señorita Vivienne Lamare –hizo una leve reverencia, sin apartar la vista de sus ojos casi grises, como el cielo prácticamente todos los días en Áberum. Jean-Pierre le miraba con deseo, casi con hambre. Estaba esperando el momento en el que le ofreciera una copa y charla insustancial, previo a una noche larga e interesante-. ¿Qué le ha parecido el espectáculo? ¿Le han convencido los cantantes? –echó una mirada a la pareja que seguía de cháchara a escasos metros de ellos-. Francamente, él, a mí, no mucho, pero ella… Qué delicia.
Jean-Pierre puso los ojos en blanco y se revolvió incómodo en el asiento. En contadísimas ocasiones, llamar tanto la atención le molestaba, ¿cuántas veces iban a hacerle la misma pregunta? Este era ya el tercero en lo que iba de noche. Si lo único que podían pagar era una entrada en el tercer anfiteatro, seguramente una noche con él estuviera muy, muy por encima de sus posibilidades. Contó hasta tres antes de mirar al hombre que le había hablado, para no soltarle cualquier barbaridad. Al fin y al cabo, quien estaba sentado en el asiento del tercer anfiteatro del teatro Fellow se suponía que era una dama, y Jean-Pierre no quería ser una dama vulgar.
- He venido con mi marido.
- ¿Y dónde está? –el varón desconocido alzó una ceja e inclinó la cabeza, esperando una respuesta.
- Fuera. No le gusta la ópera –silencio incómodo solo roto por el ruido del público en el intermedio-. Me está esperando –de nuevo, silencio-. Está fuera –Jean-Pierre muy serio, lo miró fijamente a los ojos. Solo parpadeó una vez, de manera lenta y deliberada. Se sintió muy aliviado cuando el hombre se dio la vuelta y volvió a su asiento sin hacerle más preguntas, ignorándole. Parecía que su capacidad persuasiva había tenido efecto. Volvió la oscuridad, la orquesta comenzó a afinar. Acto final del “Orfeo en los infiernos” de Offenbach. La soprano en el papel de Eurídice, Olivia Mauger, era una delicia, la mejor con diferencia de todo el elenco. La orquesta le había sorprendido gratamente: no era la del Teatro de París, pero aquellos ingleses sabían bien lo que hacían.
Tras la actuación, Jean-Pierre se apresuró a mezclarse con las multitudes que salían del primer anfiteatro y del patio de butacas. La solitaria dama de vestido ajustado y rojo oscuro y flores a juego en el pelo se movía como pez en el agua, aunque no se detenía a saludar a nadie. Estaba pendiente de las conversaciones que había a su alrededor, la mayoría alabando a la soprano, unas pocas quejándose del traspiés que había tenido el director al final, marcando mal a los metales y haciendo que entraran descuadrados, casi nadie hablando de lo poco que estaba a la altura de la soprano su compañero Orfeo, un tenor de segunda fila que destacaba aún más en su mediocridad al lado de Olivia. Se llevó una mano con un guante negro a los labios, pintados de un tono rojo quizás un tanto oscuro de más para ser considerado un color refinado al pensar en eso. Pobre tenor, al menos lo había intentado.
- ¿Buscaba a alguien, señorita? – un caballero, esta vez mucho más arreglado que el del tercer anfiteatro, se acercó a Jean-Pierre-. ¿Qué le ha parecido el espectáculo? - el francés sonrió tímidamente y bajó la mirada, fingiendo un poco de azoramiento por el acercamiento tan repentino.
- He visto tenores mejores – un vistazo rápido a su ropa hizo que perdiera el interés en aquel hombre enseguida. Sí, la ropa era de buena calidad, diez años atrás estaba de moda. Hacía una década tal vez le hubiera podido sacar algo de provecho a aquel quizá aristócrata, quizás burgués, venido a menos. Las punteras de sus zapatos estaban un poco gastadas-. Estoy buscando a mi marido. Seguramente esté en la cafetería, tomando algo. No le gusta la ópera, ¿sabe? Siempre me espera acompañado de un buen vino- se dio la vuelta y se fue.
Se le había antojado un vino. Iba un poco ajustado de presupuesto aquel mes, pero la falta de capital no era un problema para Jean-Pierre. Siempre podía convencer a alguien para que le invitara. También contaba con conseguir a alguien esa noche para… en fin, pagar el alquiler. La cafetería era igual de magnífica que el resto del teatro, y estaba rebosante de gente. Siempre la había sorprendido la capacidad de los asistentes a un concierto para ir del patio de butacas a la zona de vinos en un instante. Estaban aplaudiendo, y un minuto después, tomando algo. Olivia Mauger estaba en la barra, tranquilamente, charlando con su compañero Orfeo (¿cómo se llamaba aquel hombre? ¿Cómo habían llegado allí tan rápido?). Se podía acercar, tal vez, decirle que le había encantado su actuación e ignorar cruelmente a Orfeo. Podía, tal vez…
Su tren de pensamientos se detuvo, igual que su avance, cuando vislumbró al que iba a ser su compañero esa noche, costara lo que le costase. No lo dudó ni un instante. Había algo en él, no sabría explicarlo exactamente, que le… atraía, (aparte de su buen gusto al vestir, con prendas de esta temporada y no hace diez años). Sacudió ligeramente la cabeza y esbozó una sonrisa dulce. Le daba igual si aquel hombre alto, de cabello gris y con un parche (si es que parecía sacado de uno de sus relatos) estaba en medio de una conversación o se quería marchar de una vez a su casa. Se acercó con paso firme y tranquilo, y una vez a su lado, carraspeó suavemente para llamar su atención. En aquellos momentos, Jean-Pierre se daba cuenta de lo bajito que era.
- Disculpe, pero ¿nos conocemos? Me suena su cara, pero no estoy segura de dónde podríamos haber coincidido, señor… -esperaba que fuera lo suficientemente educado para darle su nombre. Al fin y al cabo, era un caballero tratando con una dama-. Yo soy la señorita Vivienne Lamare –hizo una leve reverencia, sin apartar la vista de sus ojos casi grises, como el cielo prácticamente todos los días en Áberum. Jean-Pierre le miraba con deseo, casi con hambre. Estaba esperando el momento en el que le ofreciera una copa y charla insustancial, previo a una noche larga e interesante-. ¿Qué le ha parecido el espectáculo? ¿Le han convencido los cantantes? –echó una mirada a la pareja que seguía de cháchara a escasos metros de ellos-. Francamente, él, a mí, no mucho, pero ella… Qué delicia.
Última edición por Jean-Pierre el Dom Mayo 30, 2021 7:51 pm, editado 1 vez
- Jean-Pierre
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Re: Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
-¿Qué le ha parecido la obra, Conde?- Preguntó Lady Edythe Fawns, la joven a la que había invitado aquella noche a la ópera mientras salían de su palco, Leo prefería los asientos de abajo hacia el centro, pero desde luego aquella posición (así como el precio) impresionaba más a los invitados. Los acompañaba su hermano, el Vizconde Everett, para cuidar el honor de su hermana menor, junto a Neva (así la presentó, sin más detalles), su pareja de esta noche. Leo sonrió ante la pregunta mientras cerraba su cuaderno de apuntes, había pasado la mitad de la velada repasando el espectáculo de mañana en 'Le Marguerite', la otra mitad corrigiendo mentalmente algunos errores de la interpretación de la obra…
-Ha sido entretenida, aunque creo que el tenor no ha hecho justicia a la soprano.- Respondió Leo. Era una pena que el joven Havlík estuviese tan verde, no obstante estaba de buen ver y en las obras siempre se agradecía tener un buen decorado. Emil llevaba algunos meses como suplente del tenor principal, Leo sabía que lo habían colocado por enchufe y que el cantante aborrecía su puesto, pero también que tenía buena memoria para las letras y cogía bien los tonos. Sin embargo, creía que como contratenor llegaría más lejos, una pena que se esforzase tanto en ocultarlo.
-Cualquiera diría que estaba prestando atención, Conde Blackfield. Parecía algo distraído esta noche.- Comentó Everett educadamente, sin malicia alguna en su tono de voz, pero si con cierta picardía. Leo podía decir lo mismo de él, el Vizconde parecía más interesado en su joven acompañante que en la obra. No podía culparlo, aquella noche había elegido bastante bien su compañía, que parecía menos acostumbrada a los tratos de la alta sociedad. Había pasado gran parte de la velada emocionada con el palco, la obra, el champán… Esa inocencia de estar al margen de las clases altas le traían recuerdos de su juventud: Margarita quitándose los zapatos de tacón, recostada en el diván de su despacho, sirviendo una copa bien fría de aquella bebida para ella y otra para el pillastre adolescente que tenía delante; la sensación de las burbujas por primera vez; la propuesta de ser su pupilo…
Leo sonrió con una mueca. -Si, lamento decir que me tuve que traer algo de trabajo a nuestra cita. Espero que a Lady Fawns no le importe que tenga que compartir su tiempo, que tan amablemente me ha dedicado, con el retraso de un pedido de jabón de camomila. No pocas jóvenes damas vienen a la tienda preocupadas por reducir su acné, ahora que se acerca la primavera es tiempo de lucir un poco más de su delicada piel.- Respondió inventándose una excusa, mientras le cedía el brazo a Edythe para agarrarlo al caminar aprovechó a rozar "accidentalmente" la parte del antebrazo descubierto de esta, mientras añadía que no creía que a sus acompañantes de esa noche les hiciese falta ese tipo de remedios.
Se dirigieron presto a la cafetería por propuesta de Neva, quien parecía ya algo achispada con el champán. Everett no parecía preocupado por ello, el joven parecía seguirle juego y ambos se alejaban divertidos "recreando" el baile del último acto de la obra. Por suerte, los acomodadores habían dejado paso a los asistentes más pudientes ya que de no haberlo hecho aquella pareja habría chocado más de una vez con algún persona. Leo compartía algún comentario jocoso con Edythe, haciendo que la joven se riese de forma cantarina a todos ellos, parecía más formal que su hermano, aunque Leo sabía perfectamente qué se le estaba pasando por la cabeza a la joven, y no era precisamente algo decoroso. Trataba de aguantarse la risa mientras disculpaba a su hermano ante las miradas de reprobación de ancianos de frondoso bigote que casi parecían murmurarles 'la obra ya ha acabado, no más risas'. Se alejaron de los pasillos y escaleras para entrar en la cafetería, donde no pocos espectadores ya estaban pidiendo copas y compartiendo sus opiniones de la obra, para su desgracia ninguna digna de mención. Saludos educados, sorpresas de verlo allí esa noche en compañía de los Fawns, qué tal la empresa… como ejemplos habituales de su charla banal. A él no le importaba, ya que su objetivo aquella noche era tratar de que su acompañante femenina lo invitase a tomar algo en privado y después… Mientras ayudaba a colocarse el pañuelo al cuello a Lady Fawns, pasó las yemas de sus dedos por parte de la nuca de ella, mientras sentía como ella se aguantaba las ganas de morderse el labio inferior. Parecía que ella quería decirle algo. Tan solo un poco más…
-¿… conocemos? Me suena su cara…- Escuchó de fondo.
-Yo…- Edythe parecía a punto de preguntarle algo a Leo cuando este vio la duda en los ojos de la joven. Algo había llamado la atención de la mujer, casi presa de los estímulos de Leonardo. Casi había sentido formarse una escena de ambos en su mente. -Cr-creo que estoy algo cansada… y que el champán está empezando hacer mella en mí.- Dijo titubeando, con las mejillas sonrosadas. Saludó con una inclinación de cabeza a alguien detrás de él. -Ha sido una velada exquisita, Conde Blackfield. Estaría encantada de continuar, pero en otra ocasión. Iré a buscar a Everett para volver a casa por hoy, parece que lo dejo en buena compañía. Esperaré otra invitación suya pronto.- Remató mientras se alejaba apresurada entre la muchedumbre.
Leo se giró algo confuso. Habían pasado semanas para lograr que aquella mujer se sintiera cómoda con él, así como su familia lo conociese y se fiase de su buena reputación. Seguía soltero y estaba relativamente bien cotizado en la sociedad, pero la recatada moral inglesa le dificultaba flirtear sin compromiso tan a menudo como le hubiese gustado, y más en especial para hacer que a otros les picase la curiosidad por sus peculiares gustos.
Frente a él se encontraba ¿una? joven, a la que analizó de arriba a bajo con una mirada algo fría. Había ciertas cosas que no acababan de cuadrar ¿Estarían sus sentidos revueltos por la interacción interrumpida con Edythe? Agitó la cabeza para volver en sí y compuso su sonrisa más educada. Cielos, aquella joven había estropeado totalmente su plan para aquella noche, pero no podía permitirse mostrar sus frustración en medio de tanta gente.
-Blackfield. Leonardo Blackfield.- Respondió con cierta brusquedad, pero respiró para serenarse. -Lamento decir que no me suena su nombre, señorita Lamare. Me presentan a tanta gente en tantos eventos que a veces me despisto con las caras.- Eso último era una mentira, solía tener buena memoria con las caras, pero prefería no dejar en evidencia a alguien que decía conocerlo, de nuevo con tanto púbico a su alrededor. La joven parecía bastante delicada, aunque se veía vivaracha y su vestimenta era algo más llamativa de lo que dictaba la norma, como mujer podía permitírselo. Tenía una presencia grácil pero también había algo… sensual en aquella dama. Debía de seguir manteniendo las sensaciones del roce con la señorita Fawns. Se había quedado con hambre… parece que no podía leer bien a Vivienne, y agradeció que le preguntase sobre la ópera. ¡Si, música! Pensó, tratando de serenarse. Frunció un poco el ceño ante la pregunta de los cantantes, recordando a Emil. -Como le comentaba a mi anterior acompañante, ha sido entretenida, pero no ha estado exenta de varias… decisiones singulares en su interpretación. Olivia, bueno, la señorita Mauger es una gran profesional, sin duda una de las grandes cantantes de Áberum.- Fingió descuido al mencionar a la cantante, dejando entrever que la conocía personalmente. -Sin embargo, el señor Havlík, bueno… aún parece tener dificultades para hacer honor al nombre de Orfeo.- Comentó mientras veía a los cantantes tomar algo en la barra. -Vaya, de nuevo disculpe mis modales. ¿Preferiría continuar la conversación tomando una copa, señorita Lamare? Puedo presentarle al dúo, si quiere. Acompáñeme.- Comenzó a caminar hacia la barra sin esperar mucha respuesta, tenía la sensación de que no le diría que no. Aquella joven le transmitía unas sensaciones particulares, conocidas y casi tan singulares como la interpretación de aquella noche. Allí había gato encerrado y creía que la "señorita Lamare" no sabía con quién estaba tratando realmente.
Confiaba en que su "nueva acompañante" se quedase lo suficientemente impresionada con la presentación de los cantantes que lo dejase a él un poco al margen. -Olivia. Emil.- Saludó en voz baja y con una leve inclinación de cabeza. -¿Champán para los cuatro?- Se giró para buscar a Vivienne y asintió para sí sin esperar respuesta. -Champan para los cuatro.- Pidió al camarero.
-Tiempo sin vernos, Conde Blackfield.- Respondió Emil, devolviendo el saludo y agradeciendo la invitación con una inclinación de cabeza y levantando su copa vacía.
-Me alegra verlo, Conde Blackfield.- Comentó Olivia con cierto retintín. -Ya pensaba que había perdido el interés en nuestra trayectoria profesional. ¿Viene acompañado esta noche? Quizás luego podríamos acercarnos todos a tomar algo al loc…-
-No me pierdo ninguna de vuestra obras, si el trabajo me lo permite, claro está.- Leonardo compuso una sonrisa ladeada, con picardía, mientras esperaba a la joven. Interrumpió a la cantante antes de que mencionase 'Le Marguerite' en público y más delante de su acompañante. -Habéis estado sublimes, da gusto veros juntos sobre el escenario. Veo Olivia que has mejorado mucho desde que íbamos a las clases del señor Downer, me alegra ver que todo son buenas críticas y halagos por parte del público.-
-Y rosas. Montones de rosas para la señorita Mauger…- Comentó Emil alzando las cejas y poniendo una mueca de disgusto.
-Yo he escuchado a muchas jovencitas de buen ver hablar de lo encantador que era el nuevo tenor, Emil.- Respondió Leo, dándole un toque en el hombro, con cierta intención. -Ah, por cierto, me acompañaba una joven entusiasta vuestra. Espero no os moleste que la invite a pasar el rato con nosotros.- Se separó un poco de los cantantes para hacer sitio, mientras sonreía para sí. Ya que había estropeado su plan principal para aquella noche, quería ver cómo procedía ante aquello su 'curiosa interrupción'…
-Ha sido entretenida, aunque creo que el tenor no ha hecho justicia a la soprano.- Respondió Leo. Era una pena que el joven Havlík estuviese tan verde, no obstante estaba de buen ver y en las obras siempre se agradecía tener un buen decorado. Emil llevaba algunos meses como suplente del tenor principal, Leo sabía que lo habían colocado por enchufe y que el cantante aborrecía su puesto, pero también que tenía buena memoria para las letras y cogía bien los tonos. Sin embargo, creía que como contratenor llegaría más lejos, una pena que se esforzase tanto en ocultarlo.
-Cualquiera diría que estaba prestando atención, Conde Blackfield. Parecía algo distraído esta noche.- Comentó Everett educadamente, sin malicia alguna en su tono de voz, pero si con cierta picardía. Leo podía decir lo mismo de él, el Vizconde parecía más interesado en su joven acompañante que en la obra. No podía culparlo, aquella noche había elegido bastante bien su compañía, que parecía menos acostumbrada a los tratos de la alta sociedad. Había pasado gran parte de la velada emocionada con el palco, la obra, el champán… Esa inocencia de estar al margen de las clases altas le traían recuerdos de su juventud: Margarita quitándose los zapatos de tacón, recostada en el diván de su despacho, sirviendo una copa bien fría de aquella bebida para ella y otra para el pillastre adolescente que tenía delante; la sensación de las burbujas por primera vez; la propuesta de ser su pupilo…
Leo sonrió con una mueca. -Si, lamento decir que me tuve que traer algo de trabajo a nuestra cita. Espero que a Lady Fawns no le importe que tenga que compartir su tiempo, que tan amablemente me ha dedicado, con el retraso de un pedido de jabón de camomila. No pocas jóvenes damas vienen a la tienda preocupadas por reducir su acné, ahora que se acerca la primavera es tiempo de lucir un poco más de su delicada piel.- Respondió inventándose una excusa, mientras le cedía el brazo a Edythe para agarrarlo al caminar aprovechó a rozar "accidentalmente" la parte del antebrazo descubierto de esta, mientras añadía que no creía que a sus acompañantes de esa noche les hiciese falta ese tipo de remedios.
Se dirigieron presto a la cafetería por propuesta de Neva, quien parecía ya algo achispada con el champán. Everett no parecía preocupado por ello, el joven parecía seguirle juego y ambos se alejaban divertidos "recreando" el baile del último acto de la obra. Por suerte, los acomodadores habían dejado paso a los asistentes más pudientes ya que de no haberlo hecho aquella pareja habría chocado más de una vez con algún persona. Leo compartía algún comentario jocoso con Edythe, haciendo que la joven se riese de forma cantarina a todos ellos, parecía más formal que su hermano, aunque Leo sabía perfectamente qué se le estaba pasando por la cabeza a la joven, y no era precisamente algo decoroso. Trataba de aguantarse la risa mientras disculpaba a su hermano ante las miradas de reprobación de ancianos de frondoso bigote que casi parecían murmurarles 'la obra ya ha acabado, no más risas'. Se alejaron de los pasillos y escaleras para entrar en la cafetería, donde no pocos espectadores ya estaban pidiendo copas y compartiendo sus opiniones de la obra, para su desgracia ninguna digna de mención. Saludos educados, sorpresas de verlo allí esa noche en compañía de los Fawns, qué tal la empresa… como ejemplos habituales de su charla banal. A él no le importaba, ya que su objetivo aquella noche era tratar de que su acompañante femenina lo invitase a tomar algo en privado y después… Mientras ayudaba a colocarse el pañuelo al cuello a Lady Fawns, pasó las yemas de sus dedos por parte de la nuca de ella, mientras sentía como ella se aguantaba las ganas de morderse el labio inferior. Parecía que ella quería decirle algo. Tan solo un poco más…
-¿… conocemos? Me suena su cara…- Escuchó de fondo.
-Yo…- Edythe parecía a punto de preguntarle algo a Leo cuando este vio la duda en los ojos de la joven. Algo había llamado la atención de la mujer, casi presa de los estímulos de Leonardo. Casi había sentido formarse una escena de ambos en su mente. -Cr-creo que estoy algo cansada… y que el champán está empezando hacer mella en mí.- Dijo titubeando, con las mejillas sonrosadas. Saludó con una inclinación de cabeza a alguien detrás de él. -Ha sido una velada exquisita, Conde Blackfield. Estaría encantada de continuar, pero en otra ocasión. Iré a buscar a Everett para volver a casa por hoy, parece que lo dejo en buena compañía. Esperaré otra invitación suya pronto.- Remató mientras se alejaba apresurada entre la muchedumbre.
Leo se giró algo confuso. Habían pasado semanas para lograr que aquella mujer se sintiera cómoda con él, así como su familia lo conociese y se fiase de su buena reputación. Seguía soltero y estaba relativamente bien cotizado en la sociedad, pero la recatada moral inglesa le dificultaba flirtear sin compromiso tan a menudo como le hubiese gustado, y más en especial para hacer que a otros les picase la curiosidad por sus peculiares gustos.
Frente a él se encontraba ¿una? joven, a la que analizó de arriba a bajo con una mirada algo fría. Había ciertas cosas que no acababan de cuadrar ¿Estarían sus sentidos revueltos por la interacción interrumpida con Edythe? Agitó la cabeza para volver en sí y compuso su sonrisa más educada. Cielos, aquella joven había estropeado totalmente su plan para aquella noche, pero no podía permitirse mostrar sus frustración en medio de tanta gente.
-Blackfield. Leonardo Blackfield.- Respondió con cierta brusquedad, pero respiró para serenarse. -Lamento decir que no me suena su nombre, señorita Lamare. Me presentan a tanta gente en tantos eventos que a veces me despisto con las caras.- Eso último era una mentira, solía tener buena memoria con las caras, pero prefería no dejar en evidencia a alguien que decía conocerlo, de nuevo con tanto púbico a su alrededor. La joven parecía bastante delicada, aunque se veía vivaracha y su vestimenta era algo más llamativa de lo que dictaba la norma, como mujer podía permitírselo. Tenía una presencia grácil pero también había algo… sensual en aquella dama. Debía de seguir manteniendo las sensaciones del roce con la señorita Fawns. Se había quedado con hambre… parece que no podía leer bien a Vivienne, y agradeció que le preguntase sobre la ópera. ¡Si, música! Pensó, tratando de serenarse. Frunció un poco el ceño ante la pregunta de los cantantes, recordando a Emil. -Como le comentaba a mi anterior acompañante, ha sido entretenida, pero no ha estado exenta de varias… decisiones singulares en su interpretación. Olivia, bueno, la señorita Mauger es una gran profesional, sin duda una de las grandes cantantes de Áberum.- Fingió descuido al mencionar a la cantante, dejando entrever que la conocía personalmente. -Sin embargo, el señor Havlík, bueno… aún parece tener dificultades para hacer honor al nombre de Orfeo.- Comentó mientras veía a los cantantes tomar algo en la barra. -Vaya, de nuevo disculpe mis modales. ¿Preferiría continuar la conversación tomando una copa, señorita Lamare? Puedo presentarle al dúo, si quiere. Acompáñeme.- Comenzó a caminar hacia la barra sin esperar mucha respuesta, tenía la sensación de que no le diría que no. Aquella joven le transmitía unas sensaciones particulares, conocidas y casi tan singulares como la interpretación de aquella noche. Allí había gato encerrado y creía que la "señorita Lamare" no sabía con quién estaba tratando realmente.
Confiaba en que su "nueva acompañante" se quedase lo suficientemente impresionada con la presentación de los cantantes que lo dejase a él un poco al margen. -Olivia. Emil.- Saludó en voz baja y con una leve inclinación de cabeza. -¿Champán para los cuatro?- Se giró para buscar a Vivienne y asintió para sí sin esperar respuesta. -Champan para los cuatro.- Pidió al camarero.
-Tiempo sin vernos, Conde Blackfield.- Respondió Emil, devolviendo el saludo y agradeciendo la invitación con una inclinación de cabeza y levantando su copa vacía.
-Me alegra verlo, Conde Blackfield.- Comentó Olivia con cierto retintín. -Ya pensaba que había perdido el interés en nuestra trayectoria profesional. ¿Viene acompañado esta noche? Quizás luego podríamos acercarnos todos a tomar algo al loc…-
-No me pierdo ninguna de vuestra obras, si el trabajo me lo permite, claro está.- Leonardo compuso una sonrisa ladeada, con picardía, mientras esperaba a la joven. Interrumpió a la cantante antes de que mencionase 'Le Marguerite' en público y más delante de su acompañante. -Habéis estado sublimes, da gusto veros juntos sobre el escenario. Veo Olivia que has mejorado mucho desde que íbamos a las clases del señor Downer, me alegra ver que todo son buenas críticas y halagos por parte del público.-
-Y rosas. Montones de rosas para la señorita Mauger…- Comentó Emil alzando las cejas y poniendo una mueca de disgusto.
-Yo he escuchado a muchas jovencitas de buen ver hablar de lo encantador que era el nuevo tenor, Emil.- Respondió Leo, dándole un toque en el hombro, con cierta intención. -Ah, por cierto, me acompañaba una joven entusiasta vuestra. Espero no os moleste que la invite a pasar el rato con nosotros.- Se separó un poco de los cantantes para hacer sitio, mientras sonreía para sí. Ya que había estropeado su plan principal para aquella noche, quería ver cómo procedía ante aquello su 'curiosa interrupción'…
- Para mi 'curiosa interrupción':
- He tratado de no hacer mucho y evitar el meta rol moviéndote de espacio, de ahí la insistencia por revisar que sigas a Leo. Por mi parte, puedes incluir mayores desplazamientos de los pjs así conversaciones, en mis post rellenaré los huecos que me correspondan. Espero que no te importe que Leo detecte ciertos temas de Jean-Pierre, he preferido decir que presiente cosas pero está algo confundido, como si tuviese impresiones con interferencias, si te disgusta avísame, por mi parte tienes libertad para hablar de cosas que te transmite él como miembros de la misma especie. Eres libre de hablar por y con los NPC cantantes, me he tomado cierta libertades con ellos (que Leo los conozca de antes por sus aventurillas, y que Emil sea de nacionalidad checa) y con esto te propongo algo: llevar el tema por llevárnoslos al huerto. Ya me dirás qué te parece. Nos leemos.
- Leonardo B.
Sexo :
Masculino
Mensajes : 13
Re: Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
Por supuesto, lo que había llamado la atención de la joven que iba con su futuro acompañante era la mirada de "por favor, márchese, sobra en esta conversación" que le había lanzado Jean-Pierre en cuanto se había dado cuenta de que el caballero tenía más interés en aquella joven que en él. Sonrió satisfecho al ver cómo se alejaba, algo confusa, inclinando también la cabeza suavemente. Cómo le gustaba cuando las cosas le salían como quería, y no era que le disgustaran las veladas con más de un acompañante, pero... simplemente, quería a aquel hombre solo para él.
Notó el escrutinio, la confusión, ¿tal vez algo de enfado al haberse ido tan repentinamente aquella mujer? Oh, Leonardo... tenía una voz bonita. Los ojos de Jean-Pierre se abrieron ligeramente, no pudiendo ocultar su sorpresa cuando le dejó caer que conocía a los intérpretes, especialmente a la señorita Mauger.
- Por supuesto -había conseguido su copa. Primer ítem de la lista de "cosas que quiero esta noche" tachada-. Y no se agobie, señor Blackfield, entiendo que a veces recordar tantas caras y nombres puede resultar complicado. Es usted un hombre difícil de olvidar -dijo pícaramente-. Blackfield, casi acierto, estaban pesando en Baskerville o Blackwaters. Confundo fácilmente los nombres ingleses, ¿sabe? Me suenan todos bastante parecidos-soltó una carcajada delicada, siguiendo al caballero que acababa de conocer sin dudarlo.
- Buenas noches, señorita, señor... -hizo una ligera reverencia y compuso su mejor sonrisa. La verdad es que desde el tercer anfiteatro era difícil ver cómo era alguien en el escenario, pero aquel tenor tenía algo exótico, lejano, que le gustaba. Tomó la copa que le ofrecieron. No era vino, pero la noche acababa de empezar, y siempre estaban a tiempo de pedir una segunda botella cuando se acabara la primera.
Una de las cualidades de las que Jean-Pierre se sentía especialmente orgulloso era la de ser un buen conversador. Si se lo proponía, podría hablar hasta con las paredes, y hacerles pasar una velada agradable. Pese a que la actuación del señor Havlík no había sido del todo de su agrado, el francés alabó su buena declamación en los recitativos, y se deshizo en halagos con la señorita Mauger. Poco a poco, el champán iba haciendo su efecto, y comenzó a llamar por sus nombres a los cantantes, a medida que la conversación pasaba de música a cosas más personales y banales. No estaba en absoluto incómodo.
Se esforzó en desviar la conversación hacia directores de orquesta que eran unos tiquismiquis, buscando con ello que tenor y soprano se pusieran a recordar ensayos y otras funciones, pudiendo tener un poco de “intimidad” (en una cafetería rebosante de gente, junto a una pareja un tanto escandalosa –artistas…-), con su objetivo. Su presa esa noche, por así decirlo.
- Ha sido muy amable presentándome usted a sus amigos, señor Blackfield. ¿Puedo llamarlo por su nombre? Si quiere, usted a mí sí, no tengo ningún inconveniente… -se llevó una mano a los labios, y luego la sacudió suavemente-. Puede que se me haya subido un poco el champán, pero, ¡qué más dará! La noche es joven, y tengo ganas de pasarlo bien. No siempre se está en tan buena compañía, ¿no cree? - con la mano con la que sostenía la copa propuso un brindis, y los dos cantantes chocaron las suyas y la vaciaron. Emil pidió otra botella, animado, y diciendo que pagaría él: vino, no quería más burbujas. Olivia se puso a hablar muy animada de un director invitado alemán que hablaba un inglés tan terrible que no le entendía nadie. Montar aquella función sí que había sido un espectáculo, y no lo que hicieron esa semana en el teatro.
- ¿Me permite hacerle una pregunta? - se acercó un poco a Leonardo, y le rozó discretamente la mano, tan solo un segundo, un suspiro-. Antes, Olivia ha mencionado ir a tomar algo, todos juntos. Supongo que a un local. A veces me pierdo un poco con el inglés-. Con la mirada perdida en la alfombra, los ojos entrecerrados y una sonrisa divertida, continuó hablando. Su tono de voz era cada vez más bajo, así que se acercó un poco más. Le hizo un gesto con el índice para que él hiciera lo mismo-. Pero no le dejó terminar la frase, señor Blackfield –hizo una pausa y lo miró directamente a los ojos. Bueno, al ojo. Ese parche hacía que su atractivo aumentara en un 23 por ciento-. Eso fue un poco descortés por su parte. ¿Es acaso un lugar al que solo los artistas, bohemios e histriónicos, pueden acudir, y por eso le guarda el secreto? ¿O está permitido el acceso al resto de los mortales?
Notó el escrutinio, la confusión, ¿tal vez algo de enfado al haberse ido tan repentinamente aquella mujer? Oh, Leonardo... tenía una voz bonita. Los ojos de Jean-Pierre se abrieron ligeramente, no pudiendo ocultar su sorpresa cuando le dejó caer que conocía a los intérpretes, especialmente a la señorita Mauger.
- Por supuesto -había conseguido su copa. Primer ítem de la lista de "cosas que quiero esta noche" tachada-. Y no se agobie, señor Blackfield, entiendo que a veces recordar tantas caras y nombres puede resultar complicado. Es usted un hombre difícil de olvidar -dijo pícaramente-. Blackfield, casi acierto, estaban pesando en Baskerville o Blackwaters. Confundo fácilmente los nombres ingleses, ¿sabe? Me suenan todos bastante parecidos-soltó una carcajada delicada, siguiendo al caballero que acababa de conocer sin dudarlo.
- Buenas noches, señorita, señor... -hizo una ligera reverencia y compuso su mejor sonrisa. La verdad es que desde el tercer anfiteatro era difícil ver cómo era alguien en el escenario, pero aquel tenor tenía algo exótico, lejano, que le gustaba. Tomó la copa que le ofrecieron. No era vino, pero la noche acababa de empezar, y siempre estaban a tiempo de pedir una segunda botella cuando se acabara la primera.
Una de las cualidades de las que Jean-Pierre se sentía especialmente orgulloso era la de ser un buen conversador. Si se lo proponía, podría hablar hasta con las paredes, y hacerles pasar una velada agradable. Pese a que la actuación del señor Havlík no había sido del todo de su agrado, el francés alabó su buena declamación en los recitativos, y se deshizo en halagos con la señorita Mauger. Poco a poco, el champán iba haciendo su efecto, y comenzó a llamar por sus nombres a los cantantes, a medida que la conversación pasaba de música a cosas más personales y banales. No estaba en absoluto incómodo.
Se esforzó en desviar la conversación hacia directores de orquesta que eran unos tiquismiquis, buscando con ello que tenor y soprano se pusieran a recordar ensayos y otras funciones, pudiendo tener un poco de “intimidad” (en una cafetería rebosante de gente, junto a una pareja un tanto escandalosa –artistas…-), con su objetivo. Su presa esa noche, por así decirlo.
- Ha sido muy amable presentándome usted a sus amigos, señor Blackfield. ¿Puedo llamarlo por su nombre? Si quiere, usted a mí sí, no tengo ningún inconveniente… -se llevó una mano a los labios, y luego la sacudió suavemente-. Puede que se me haya subido un poco el champán, pero, ¡qué más dará! La noche es joven, y tengo ganas de pasarlo bien. No siempre se está en tan buena compañía, ¿no cree? - con la mano con la que sostenía la copa propuso un brindis, y los dos cantantes chocaron las suyas y la vaciaron. Emil pidió otra botella, animado, y diciendo que pagaría él: vino, no quería más burbujas. Olivia se puso a hablar muy animada de un director invitado alemán que hablaba un inglés tan terrible que no le entendía nadie. Montar aquella función sí que había sido un espectáculo, y no lo que hicieron esa semana en el teatro.
- ¿Me permite hacerle una pregunta? - se acercó un poco a Leonardo, y le rozó discretamente la mano, tan solo un segundo, un suspiro-. Antes, Olivia ha mencionado ir a tomar algo, todos juntos. Supongo que a un local. A veces me pierdo un poco con el inglés-. Con la mirada perdida en la alfombra, los ojos entrecerrados y una sonrisa divertida, continuó hablando. Su tono de voz era cada vez más bajo, así que se acercó un poco más. Le hizo un gesto con el índice para que él hiciera lo mismo-. Pero no le dejó terminar la frase, señor Blackfield –hizo una pausa y lo miró directamente a los ojos. Bueno, al ojo. Ese parche hacía que su atractivo aumentara en un 23 por ciento-. Eso fue un poco descortés por su parte. ¿Es acaso un lugar al que solo los artistas, bohemios e histriónicos, pueden acudir, y por eso le guarda el secreto? ¿O está permitido el acceso al resto de los mortales?
- Jean-Pierre
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Re: Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
Leonardo se acomodó, inclinado en la barra, para atender a sus tres nuevos acompañantes. Se sentía impaciente por estudiar las reacciones de la joven Vivienne entre los cantantes. Para su sorpresa, y con cierta decepción, la vivaracha señorita Lamare respondió sin dificultad a la situación. Parecía desenvolverse sin dificultad al entablar conversación con los artistas. Aportaba a la conversación y seguía perfectamente la corriente a los cantantes, ofrecía su opinión sobre la actuación con idea de lo que hablaba, le dolió notar que se alegraba un poco por su interés y dominio en la música.
Los halagos pasaron a conversaciones más distendidas. Vivienne había logrado que los cantantes se relajaran con ella, y aunque Leo ofrecía algunos comentarios estaba más pendiente de aquella joven. Estaba en su salsa, por lo que se vería obligado a forzar más la situación si pretendía librarse de ella. Para su desgracia, había congeniado a la perfección con los músicos sin mayor problema. El alcohol había obrado en su contra, tanto Emil como Olivia estaban muy achispados y aquello no parecía que fuese a ir a menos. Estaban armando un buen jaleo y no creía que toda la gente del local pensase bajar el volumen en un par de horas.
-Ung- se sorprendió cuando Vivienne se dirigió hacia él, haciendo que volviese de remover sus pensamientos mientras toma otro sorbo de champán. A aquellas alturas, ya no le sabía demasiado, pero necesitaba refrescar la garganta de tanto hablar-. Descuide, me alegro que disfrute de la velada. Si usted lo cree apropiado, señorita Vivienne- dijo haciendo vibrar su nombre, como saboreando las sílabas entre los labios-, puede llamarme Leonardo. O solo Leo, como guste-. Acompañó el brindis que proponían con una risa nasal. Por un momento sintió cierta incomodidad al escuchar a Emil pedir una botella de vino, le estaba costando seguir el ritmo de sus colegas y si no espabilaba acabaría soprendiéndoles con su buen aguante con el alcohol. Recordaba a aquel director. La noche del concierto habían acabado bebiendo hasta tarde entre bastidores, y Olivia parecía recordar perfectamente cómo habían acabado junto con Emil saliendo con las primeras luces del alba por la forma en la que le rozaba accidentalmente la pierna a Leo.
Aflojó su pañuelo del cuello y desabotonó su chaleco. El ambiente lo estaba estresando un poco y aunque trataba de aparentar estar algo ebrio, de vez en cuando no podía evitar aflojar su sonrisa, revelando su cansancio. Tocaba intencionalmente el hombro de Emil, le daba algún codazo o con el dorso de la mano en sus antebrazos. Ambos habían acabado remangándose las camisas y eso ofrecía a Leo una vía directa para avivar al joven. Se cortaba más con Olivia en público, aunque las miradas furtivas que se echaban de vez en cuando parecían hablar de viejos recuerdos agradables. En una de las ocasiones en las que necesitaba abstraerse un poco de la conversación, le sorprendió de nuevo la cercanía de Vivienne al notar el roce de su piel en la mano. Aquella joven le estaba pareciendo sumamente escurridiza, había pensado que atendería más a las sutiles insinuaciones de los cantantes, que le prestaban mayor atención con las artimañas de Leo. Sin embargo, la joven había cometido un error con ese sutil gesto, que le había revelado por fin lo que lo estaba confundiendo tanto. -Cielos- pensó-. Eres de los míos-. Le asintió con torpeza, fingiendo confusión, y sonrió para sí con una mueca y cierto alivio, como si se hubiese quitado una astilla largo tiempo clavada en la piel, o quitado las botas tras pasar largas horas de pie, triunfal al descubrir la verdad. El gesto bien podía tomarse como que lo había pillado al tratar de cubrir la frase de la cantante, podía usar aquello a su favor para desviar la atención de la joven.
-Ups- dijo sonriendo con picardía. Aprovechando que Vivienne le pedía un mayor acercamiento, aprovechó a aproximar su cara algo más de la cuenta, casi llegando a rozar sus narices, y rió con timidez mientras dejaba la mirada perdida en sus labios, fingiendo cierto rubor-. Disculpe si la he ofendido, pero…- tomó aire de forma algo entrecortada y lo exhaló ligeramente agitado, aunque despacio, con una ligera pesadez, como si le costase pensar las cosas, mientras se acercaba un poco más hacia Vivienne- no quería queeee… laaaa… gente… pensase… pensase nada raro- trató de hablar con cierta dificultad. Había observado que la gente una vez se emborrachaba tendía a arrastrar palabras, hacer pausas para pensar quizás lo que querían decir, se reían algo más de la cuenta (si no eran de enfadarse o deprimirse más bien) y alzaban un poco más la voz. Tenía que admitir que aquella no era su mejor interpretación pero tendría que perdonársele el no haber estado ebrio en su vida-. No-no debería comentarlo… Olivia y Emil se pueden… pueden permitirse ciertas… libertades… Ya sabe, son artistas. Per… creo que hay algunos sitios que… Hay lugares en los que no estaría bien… no estaría bien visto ver a… una joven dama- le puso más grande y amable sonrisa de bobalicón. No sabía si ir de joven galante pero juguetón funcionaría con alguien como el individuo que tenía delante.
Había estado atento para su desgracia al tema del local. No podía permitirse llevar a cualquiera. No conocía las intenciones de Vivienne (si realmente era su nombre, que lo dudaba) y podría ser alguien de la competencia, dispuesto a sabotear su trabajo, denunciando las actividades que allí realizaban él y sus trabajadores a los habitantes de Áberum de moral intachable, o solo sabían los hados qué. Necesitaba desviar la atención cuanto antes del local, quitarle la idea de la cabeza, para lo que quizás tendría que enfocarla sobre sí mismo o… -Quizásss… le apetecería… señorita Vivienne, ir a dar un paseo o…- dijo, susurrando a Vivienne, mientras rozaba con la mano discretamente una pierna de Emil, visualizando la mansión de sus padres.
-Ey- interrumpió el joven cantante acercando su cara a la suyas, visiblemente achispado y agitado-. Le decía a Olivia que mi familia está de vacaciones estos días, el piano es todo tuyo. Leo ¿Por qué no os venís y tocas… un poco para nosotros?- dijo sonriéndo, con cierta chispa de deseo en la mirada. Olivia desde atrás parecía igual de interesada que él y nos miraba desafiante a los tres-. Venga, ha pasado largo tiempo desde la última vez que nos deleitaste con tu prodigiosas habilidades manuales- Leo alzó las cejas haciéndose el sorprendido y preocupado de que nadie se diese cuenta en el juego de palabras del cantante.
-Debería irme a casa. Es… tarde y estamos todos demasiado ebrios. No-no creo que toque en condiciones…- miró a Vivienne con una mueca y media sonrisa pícara-. Pero si a Vivienne le apetece escuchar a tres gatos hacer el tonto con un piano, me lo pienso mejor…- Aún recordaba cómo había acabado aquello la última vez que fueron a la casa Havlik, pero en aquella ocasión solo había estado los tres. Esperaba que Vivienne se sintiese o bien muy interesada en seguirles el juego o bien le incomodase tanto que prefiriese dejarlos a lo suyo.
Los halagos pasaron a conversaciones más distendidas. Vivienne había logrado que los cantantes se relajaran con ella, y aunque Leo ofrecía algunos comentarios estaba más pendiente de aquella joven. Estaba en su salsa, por lo que se vería obligado a forzar más la situación si pretendía librarse de ella. Para su desgracia, había congeniado a la perfección con los músicos sin mayor problema. El alcohol había obrado en su contra, tanto Emil como Olivia estaban muy achispados y aquello no parecía que fuese a ir a menos. Estaban armando un buen jaleo y no creía que toda la gente del local pensase bajar el volumen en un par de horas.
-Ung- se sorprendió cuando Vivienne se dirigió hacia él, haciendo que volviese de remover sus pensamientos mientras toma otro sorbo de champán. A aquellas alturas, ya no le sabía demasiado, pero necesitaba refrescar la garganta de tanto hablar-. Descuide, me alegro que disfrute de la velada. Si usted lo cree apropiado, señorita Vivienne- dijo haciendo vibrar su nombre, como saboreando las sílabas entre los labios-, puede llamarme Leonardo. O solo Leo, como guste-. Acompañó el brindis que proponían con una risa nasal. Por un momento sintió cierta incomodidad al escuchar a Emil pedir una botella de vino, le estaba costando seguir el ritmo de sus colegas y si no espabilaba acabaría soprendiéndoles con su buen aguante con el alcohol. Recordaba a aquel director. La noche del concierto habían acabado bebiendo hasta tarde entre bastidores, y Olivia parecía recordar perfectamente cómo habían acabado junto con Emil saliendo con las primeras luces del alba por la forma en la que le rozaba accidentalmente la pierna a Leo.
Aflojó su pañuelo del cuello y desabotonó su chaleco. El ambiente lo estaba estresando un poco y aunque trataba de aparentar estar algo ebrio, de vez en cuando no podía evitar aflojar su sonrisa, revelando su cansancio. Tocaba intencionalmente el hombro de Emil, le daba algún codazo o con el dorso de la mano en sus antebrazos. Ambos habían acabado remangándose las camisas y eso ofrecía a Leo una vía directa para avivar al joven. Se cortaba más con Olivia en público, aunque las miradas furtivas que se echaban de vez en cuando parecían hablar de viejos recuerdos agradables. En una de las ocasiones en las que necesitaba abstraerse un poco de la conversación, le sorprendió de nuevo la cercanía de Vivienne al notar el roce de su piel en la mano. Aquella joven le estaba pareciendo sumamente escurridiza, había pensado que atendería más a las sutiles insinuaciones de los cantantes, que le prestaban mayor atención con las artimañas de Leo. Sin embargo, la joven había cometido un error con ese sutil gesto, que le había revelado por fin lo que lo estaba confundiendo tanto. -Cielos- pensó-. Eres de los míos-. Le asintió con torpeza, fingiendo confusión, y sonrió para sí con una mueca y cierto alivio, como si se hubiese quitado una astilla largo tiempo clavada en la piel, o quitado las botas tras pasar largas horas de pie, triunfal al descubrir la verdad. El gesto bien podía tomarse como que lo había pillado al tratar de cubrir la frase de la cantante, podía usar aquello a su favor para desviar la atención de la joven.
-Ups- dijo sonriendo con picardía. Aprovechando que Vivienne le pedía un mayor acercamiento, aprovechó a aproximar su cara algo más de la cuenta, casi llegando a rozar sus narices, y rió con timidez mientras dejaba la mirada perdida en sus labios, fingiendo cierto rubor-. Disculpe si la he ofendido, pero…- tomó aire de forma algo entrecortada y lo exhaló ligeramente agitado, aunque despacio, con una ligera pesadez, como si le costase pensar las cosas, mientras se acercaba un poco más hacia Vivienne- no quería queeee… laaaa… gente… pensase… pensase nada raro- trató de hablar con cierta dificultad. Había observado que la gente una vez se emborrachaba tendía a arrastrar palabras, hacer pausas para pensar quizás lo que querían decir, se reían algo más de la cuenta (si no eran de enfadarse o deprimirse más bien) y alzaban un poco más la voz. Tenía que admitir que aquella no era su mejor interpretación pero tendría que perdonársele el no haber estado ebrio en su vida-. No-no debería comentarlo… Olivia y Emil se pueden… pueden permitirse ciertas… libertades… Ya sabe, son artistas. Per… creo que hay algunos sitios que… Hay lugares en los que no estaría bien… no estaría bien visto ver a… una joven dama- le puso más grande y amable sonrisa de bobalicón. No sabía si ir de joven galante pero juguetón funcionaría con alguien como el individuo que tenía delante.
Había estado atento para su desgracia al tema del local. No podía permitirse llevar a cualquiera. No conocía las intenciones de Vivienne (si realmente era su nombre, que lo dudaba) y podría ser alguien de la competencia, dispuesto a sabotear su trabajo, denunciando las actividades que allí realizaban él y sus trabajadores a los habitantes de Áberum de moral intachable, o solo sabían los hados qué. Necesitaba desviar la atención cuanto antes del local, quitarle la idea de la cabeza, para lo que quizás tendría que enfocarla sobre sí mismo o… -Quizásss… le apetecería… señorita Vivienne, ir a dar un paseo o…- dijo, susurrando a Vivienne, mientras rozaba con la mano discretamente una pierna de Emil, visualizando la mansión de sus padres.
-Ey- interrumpió el joven cantante acercando su cara a la suyas, visiblemente achispado y agitado-. Le decía a Olivia que mi familia está de vacaciones estos días, el piano es todo tuyo. Leo ¿Por qué no os venís y tocas… un poco para nosotros?- dijo sonriéndo, con cierta chispa de deseo en la mirada. Olivia desde atrás parecía igual de interesada que él y nos miraba desafiante a los tres-. Venga, ha pasado largo tiempo desde la última vez que nos deleitaste con tu prodigiosas habilidades manuales- Leo alzó las cejas haciéndose el sorprendido y preocupado de que nadie se diese cuenta en el juego de palabras del cantante.
-Debería irme a casa. Es… tarde y estamos todos demasiado ebrios. No-no creo que toque en condiciones…- miró a Vivienne con una mueca y media sonrisa pícara-. Pero si a Vivienne le apetece escuchar a tres gatos hacer el tonto con un piano, me lo pienso mejor…- Aún recordaba cómo había acabado aquello la última vez que fueron a la casa Havlik, pero en aquella ocasión solo había estado los tres. Esperaba que Vivienne se sintiese o bien muy interesada en seguirles el juego o bien le incomodase tanto que prefiriese dejarlos a lo suyo.
- UwU:
- ¿Muy pronto para marcharnos del lugar? Leo tiene algo de prisa y no piensa ceder tan fácilmente en revelar su local por la buenas. Si no te convence, me avisas y cambio cosas.
- Leonardo B.
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Re: Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
No sabía si era culpa del champán o de qué, pero aquel hombre le confundía, había algo que se le escapaba, y no acababa de entender qué tenía. Le gustaba, mucho, tal vez demasiado. Algo se le movió en la boca del estómago cuando pronunció su nombre, aunque no fuera el verdadero. Eso eran confianzas que un caballero no debería tomarse con una dama… y eso le gustaba.
- Leo – saboreó su nombre con gusto, seguido del último trago de champán de su copa, que Emil enseguida rellenó con más vino. Hizo un escrutinio rápido de las emociones del tenor, y, efectivamente no tenía nada de raro, solamente estaba cada vez más animado, en parte por el alcohol, en parte gracias a la insistencia de Jean-Pierre, y lo mismo con la soprano. Se los veía muy cómodos, quizás más de lo usual en compañeros de reparto… Estaba casi seguro de que, al menos entre esos dos, habían pasado cosas cuanto menos interesantes. Cuando Leo se acercó a él inspiró profundamente: olía bien. Muy bien. Aunque se le notaba algo incómodo. Sacudió ligeramente la cabeza ante su respuesta, negando suavemente aquella afirmación. Contuvo la respiración unos segundos, como si quisiera retener aquel olor durante un poco más de tiempo. La sonrisa del varón hizo que un escalofrío le recorriera de arriba abajo, y por un momento se quedó con la boca entreabierta. ”¡Céntrate!. Entrecerró los ojos y ladeó ligeramente la cabeza.
- No se confunda conmigo, querido Leo. Soy una dama que también puede tomarse ciertas libertades. No tiene que preocuparse de mí en ese sentido- articuló cada una de las palabras claramente, con deliberada lentitud. Quizás había bebido demasiado rápido la primera copa de vino y ya se le estaba subiendo. Ah, el vino, siempre tan traicionero. Pero aquel cantante tenía buen gusto: quizás no acertaba siempre con la interpretación de su papel, pero con el vino la elección había sido de 10.
La interrupción de Emil le pilló por sorpresa, no lo había visto venir, y eso que estaba pendiente de los dos músicos, esforzándose por hacerlos estar cómodos a su lado, olvidar las estrictas normas sociales y centrarse en beber y pasarlo bien. Era algo que también intentaba hacer con el tenso señor Blackfield, pero no parecía tener el mismo efecto, o al menos funcionar tan rápido… Y no solo el tenor, Olivia también parecía igual de interesada en irse, repentinamente, del teatro a la residencia del tenor.
- Habilidades manuales… - soltó una carcajada desde el fondo del estómago, sobre todo tras notar la mirada apurada de Leonardo. ¡Cómo no se había dado cuenta antes! Por eso sus “encantos” estaban tan torpes con aquel caballero, y él tan espeso. Desgraciadamente para el pobre señor Blackfield, había captado a la perfección el doble sentido en las palabras de Emil- Habi… habilidades manuales - repitió la expresión en francés. No tenía claro en qué idioma le hacía más gracia-. Descuide, Leo, soy una melómana empedernida, no tendré ab-so-lu-ta-men-te ningún inconveniente en escuchar a tres gatos hacer el tonto con un piano.
- ¡Fantástico! – Emil le hizo un gesto al camarero, que acudió enseguida-. Me llevo la botella, espero que no le importe –el trabajador se limitó a mirarlo con expresión impertérrita, no se sorprendió lo más mínimo. Lo más probable es que no fuera la primera vez que alguno de los músicos le hiciera esta petición.
- Y pónganos otra, por favor –se limitó a asentir a la petición de Olivia, y muy servicialmente se la tendió tras abrirla-. Gracias. Para el camino –miró a Jean-Pierre y le tendió el brazo-. ¿Vamos, señorita Lamare?
- Por favor, Olivia, solo Vivienne – le lanzó a Leo una mirada divertida y le guiñó un ojo. ¿Quería jugar a manipular a los demás para intentar hacerle sentir incómodo? ¿Por eso había propuesto irse a un lugar más privado? Por su parte no había ningún problema. Y pensaba enseñarle quién era el mejor haciendo sentir incómodo al otro y jugando con los demás-. ¡Necesito un caballero a mi otra vera, por favor! – Emil se ofreció inmediatamente voluntario, y así salieron los tres del teatro, cogidos de los brazos, con los dos cantantes cada uno con una botella de vino en la mano libre.
El fresco de la noche le sentó francamente bien. Eso y alejarse un poco de Leo, y de su influencia, o lo que fuera que estaba haciendo en la cafetería. Se dejó llevar por las tonterías que estaban diciendo los dos cantantes, y se unió a alguno de los versos de Schubert que cantaron, aunque el alemán no era precisamente su fuerte. La primera botella se terminó casi más rápido que la de champán.
- Yo no voy a poder cantar nada cuando llegue a casa, de verdad. No me veo capaz ni de abrir la puerta.
- Pero si tienes un mayordomomo que te abre la puerta.
- ¿Qué es un mayordomomo? – el tenor estaba realmente confundido. Se paró un momento para dejar la botella muy delicadamente junto a la entrada de una casa, y se unió a las dos mujeres de nuevo, esta vez sin agarrar al francés.
- Mi pregunta es… - Jean-Pierre hizo una pausa dramática, para que los otros dos le prestaran plena atención. Se soltó de Olivia, quien ya había derramado una parte del preciado líquido de la botella que cargaba por la acera-. No noto al señor Blackfield muy… hm… cómodo.
- Oh, no te preocupes por eso, en cuanto salgamos del escrutinio público, se le pasará, ya lo verás.
- Es una persona a la que le cuesta dejarse llevar, pero cuando se suelta… -parecía que Olivia iba a decir algo más, pero se contuvo. Jean-Pierre enarcó una ceja y soltó una carcajada.
- ¡La noto helada, Olivia! Emil, ¿no cree usted que su Eurídice está congelándose lentamente?
- ¡No puede ser! – el tenor se quitó su abrigo, y rodeó con sus brazos a la soprano, momento que Jean-Pierre aprovechó para ir junto al señor Blackfield.
- ¡Escojan un buen repertorio para interpretar, quiero algún dúo! –les gritó mientras se situaba al lado de Leo y le tendía un brazo, con un gesto un tanto masculino para una señorita.
- Ha sido cuanto menos interesante este cambio de planes. De un inocente paseo a una pequeña schubertiada particular a altas horas de la noche… Me estaba preguntando si usted había tenido algo que ver, si había… influenciado de alguna manera a sus pobres amigos – exageró el tono en las dos últimas palabras, que acompañó de una carcajada suave. En cierto modo, estaba algo nervioso. Hacía tiempo que no coincidía con alguien como él, y la novedad le excitaba. ¿Debería revelar todas sus cartas o todavía no? -. ¿Le pone nervioso tener que tocar el piano ante desconocidos? Olvia y Emil parecen confiar más que de sobra en sus habilidades manuales, y considero que el criterio de la señorita es más que aceptable. Seguro que está usted a la altura, no se ponga nervioso. Y si no… -dejó la frase en el aire, le miró, divertido, y se mordió el labio inferior ligeramente-. Quizás no estoy hablando yo, y está hablando el vino. ¿Quién sabe, quién sabe?
- Leo – saboreó su nombre con gusto, seguido del último trago de champán de su copa, que Emil enseguida rellenó con más vino. Hizo un escrutinio rápido de las emociones del tenor, y, efectivamente no tenía nada de raro, solamente estaba cada vez más animado, en parte por el alcohol, en parte gracias a la insistencia de Jean-Pierre, y lo mismo con la soprano. Se los veía muy cómodos, quizás más de lo usual en compañeros de reparto… Estaba casi seguro de que, al menos entre esos dos, habían pasado cosas cuanto menos interesantes. Cuando Leo se acercó a él inspiró profundamente: olía bien. Muy bien. Aunque se le notaba algo incómodo. Sacudió ligeramente la cabeza ante su respuesta, negando suavemente aquella afirmación. Contuvo la respiración unos segundos, como si quisiera retener aquel olor durante un poco más de tiempo. La sonrisa del varón hizo que un escalofrío le recorriera de arriba abajo, y por un momento se quedó con la boca entreabierta. ”¡Céntrate!. Entrecerró los ojos y ladeó ligeramente la cabeza.
- No se confunda conmigo, querido Leo. Soy una dama que también puede tomarse ciertas libertades. No tiene que preocuparse de mí en ese sentido- articuló cada una de las palabras claramente, con deliberada lentitud. Quizás había bebido demasiado rápido la primera copa de vino y ya se le estaba subiendo. Ah, el vino, siempre tan traicionero. Pero aquel cantante tenía buen gusto: quizás no acertaba siempre con la interpretación de su papel, pero con el vino la elección había sido de 10.
La interrupción de Emil le pilló por sorpresa, no lo había visto venir, y eso que estaba pendiente de los dos músicos, esforzándose por hacerlos estar cómodos a su lado, olvidar las estrictas normas sociales y centrarse en beber y pasarlo bien. Era algo que también intentaba hacer con el tenso señor Blackfield, pero no parecía tener el mismo efecto, o al menos funcionar tan rápido… Y no solo el tenor, Olivia también parecía igual de interesada en irse, repentinamente, del teatro a la residencia del tenor.
- Habilidades manuales… - soltó una carcajada desde el fondo del estómago, sobre todo tras notar la mirada apurada de Leonardo. ¡Cómo no se había dado cuenta antes! Por eso sus “encantos” estaban tan torpes con aquel caballero, y él tan espeso. Desgraciadamente para el pobre señor Blackfield, había captado a la perfección el doble sentido en las palabras de Emil- Habi… habilidades manuales - repitió la expresión en francés. No tenía claro en qué idioma le hacía más gracia-. Descuide, Leo, soy una melómana empedernida, no tendré ab-so-lu-ta-men-te ningún inconveniente en escuchar a tres gatos hacer el tonto con un piano.
- ¡Fantástico! – Emil le hizo un gesto al camarero, que acudió enseguida-. Me llevo la botella, espero que no le importe –el trabajador se limitó a mirarlo con expresión impertérrita, no se sorprendió lo más mínimo. Lo más probable es que no fuera la primera vez que alguno de los músicos le hiciera esta petición.
- Y pónganos otra, por favor –se limitó a asentir a la petición de Olivia, y muy servicialmente se la tendió tras abrirla-. Gracias. Para el camino –miró a Jean-Pierre y le tendió el brazo-. ¿Vamos, señorita Lamare?
- Por favor, Olivia, solo Vivienne – le lanzó a Leo una mirada divertida y le guiñó un ojo. ¿Quería jugar a manipular a los demás para intentar hacerle sentir incómodo? ¿Por eso había propuesto irse a un lugar más privado? Por su parte no había ningún problema. Y pensaba enseñarle quién era el mejor haciendo sentir incómodo al otro y jugando con los demás-. ¡Necesito un caballero a mi otra vera, por favor! – Emil se ofreció inmediatamente voluntario, y así salieron los tres del teatro, cogidos de los brazos, con los dos cantantes cada uno con una botella de vino en la mano libre.
El fresco de la noche le sentó francamente bien. Eso y alejarse un poco de Leo, y de su influencia, o lo que fuera que estaba haciendo en la cafetería. Se dejó llevar por las tonterías que estaban diciendo los dos cantantes, y se unió a alguno de los versos de Schubert que cantaron, aunque el alemán no era precisamente su fuerte. La primera botella se terminó casi más rápido que la de champán.
- Yo no voy a poder cantar nada cuando llegue a casa, de verdad. No me veo capaz ni de abrir la puerta.
- Pero si tienes un mayordomomo que te abre la puerta.
- ¿Qué es un mayordomomo? – el tenor estaba realmente confundido. Se paró un momento para dejar la botella muy delicadamente junto a la entrada de una casa, y se unió a las dos mujeres de nuevo, esta vez sin agarrar al francés.
- Mi pregunta es… - Jean-Pierre hizo una pausa dramática, para que los otros dos le prestaran plena atención. Se soltó de Olivia, quien ya había derramado una parte del preciado líquido de la botella que cargaba por la acera-. No noto al señor Blackfield muy… hm… cómodo.
- Oh, no te preocupes por eso, en cuanto salgamos del escrutinio público, se le pasará, ya lo verás.
- Es una persona a la que le cuesta dejarse llevar, pero cuando se suelta… -parecía que Olivia iba a decir algo más, pero se contuvo. Jean-Pierre enarcó una ceja y soltó una carcajada.
- ¡La noto helada, Olivia! Emil, ¿no cree usted que su Eurídice está congelándose lentamente?
- ¡No puede ser! – el tenor se quitó su abrigo, y rodeó con sus brazos a la soprano, momento que Jean-Pierre aprovechó para ir junto al señor Blackfield.
- ¡Escojan un buen repertorio para interpretar, quiero algún dúo! –les gritó mientras se situaba al lado de Leo y le tendía un brazo, con un gesto un tanto masculino para una señorita.
- Ha sido cuanto menos interesante este cambio de planes. De un inocente paseo a una pequeña schubertiada particular a altas horas de la noche… Me estaba preguntando si usted había tenido algo que ver, si había… influenciado de alguna manera a sus pobres amigos – exageró el tono en las dos últimas palabras, que acompañó de una carcajada suave. En cierto modo, estaba algo nervioso. Hacía tiempo que no coincidía con alguien como él, y la novedad le excitaba. ¿Debería revelar todas sus cartas o todavía no? -. ¿Le pone nervioso tener que tocar el piano ante desconocidos? Olvia y Emil parecen confiar más que de sobra en sus habilidades manuales, y considero que el criterio de la señorita es más que aceptable. Seguro que está usted a la altura, no se ponga nervioso. Y si no… -dejó la frase en el aire, le miró, divertido, y se mordió el labio inferior ligeramente-. Quizás no estoy hablando yo, y está hablando el vino. ¿Quién sabe, quién sabe?
- vwv:
- Me he tomado la libertad de asumir que nos sigues, si te molesta, dime y lo cambio sin problema ~ También me he tomado la libertad de emborrachar mucho a los cantantes jsjs si no te gusta, dígame y les bajo el nivel de alcohol en sangre
- Jean-Pierre
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Re: Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
Leo maldijo para sí a los efectos del alcohol en la gente corriente, alzando un ojo ante la mirada de aquellos "tres artistas". Con un sonoro suspiro, se levantó y recolocó los puños de su camisa de algodón, alisó el chaleco y arregló el pañuelo que llevaba al cuello aquella noche. Tras recoger su abrigo, su bastón y su sombrero, siguió raudo al peculiar trío. Por un momento sonrió levemente divertido, aquella escena se le antojó deliciosamente estética: tres jóvenes cosmopolitas, agarrados de ganchete, bajando ebrios las escaleras del teatro una noche de invierno. Sus botas hacían crujir los charcos de hielo, a aquellas horas apenas se escuchaba un alma en las calles. La mayoría de personas decentes hacía tiempo que se habían retirado al calor de su hogares, las no tan decentes podrían estar durmiendo la mona en un bareto, frecuentando algún cabaret o escondiéndose bajo las sábanas de la cama de algún apasionado amante. Si, su propia noche prometía ser mucho más emocionante.
Se alegraba mucho de haberse librado del bochorno de la cafetería. El frío invernal había despejado sus pensamientos y notaba mucho menos peso sobre sus hombros. Claro está, le preocupaba que alguien acabase llamando a la guardia con el ruido que estaba haciendo aquel trío, ya había una botella menos… si bien le habían entrado ganas de acompañarlos al piano con aquella melodía de Schubert. Esperaba que si permitían a los vagabundos merodear alcoholizados por los bulevares, podrían perdonar a dos cantantes de renombre darse una noche de juerga por los barrios altos de Áberum. Casi se lleva las manos a la cabeza al ver a Olivia derramando el vino por la acera. Consideraba seriamente que se había excedido un poco al animar tanto el ambiente para librarse de Vivienne, cosa que por lo visto no había logrado… todavía. De perdidos al río, podía ser una situación tan buena como cualquier otra para recuperar fuerzas y desfogarse un poco. Se estaba frotando los párpados cuando se percató de que Vivienne se acercaba hasta él. Aceptó su invitación a cogerle del brazo y le tendió el suyo con el equivalente femenino, aceptando el "reto".
-¿Una schubetiada a altas horas de la noche? ¡Señorita Vivienne!- Rió su comentario, se preguntaba si ambos estarían pensado en lo mismo o sería una curiosa coincidencia. En seguida cambió su expresión y le dejó hablar. ¿Tendría que suponer que sabía quién o qué era él? ¿Podría fiarse de que no hubiese sentido a otro de su misma especie? Leo sólo había conocido a otra persona con sus mismas capacidades. Margarita lo había sentido al intentar usar sus habilidades contra ella. Le había explicado que obviamente existían más como ellos y que sus capacidades podían verse alteradas o inutilizadas por otro de los suyos, en especial usándolos unos contra otros. Quizás debía dejar claras las cosas ahora y dejar de jugar, quizás se había excedido en efecto al haber involucrado de aquella manera y hasta aquel punto a Olivia y Emil en sus juegos… Pero Vivienne parecía querer seguir con aquella comedia, tenía que admitir que aquel íncubo sabía mantenerse fiel a su papel, pues ahí seguía coqueteando con él. Apretado contra su brazo durante un rato, podía sentir levemente el sutil cambio hormonal. ¿Estaría controlando sus propias emociones? Parecía nervioso, también excitado… ¿Quizás estaba manipulando las suyas? ¿O puede que la forma que percibía él las del otro? Ante todas las dudas que le estaba generando aquello, prefería atacar de frente.
-Créame. El criterio de la señorita y el caballero son más que aceptables. Estoy más que acostumbrado a… tocar ante desconocidos y… no es por presumir, pero se me da bastante bien sacarle su mejor sonido a cualquier solista - miraba al frente, hacia los solistas que se tambaleaban y reían a lo largo de la calle, con una sonrisa entre pícara y orgullosa, esperando que el íncubo volviese a leer entre líneas como suponía había hecho con el comentario de Emil -. No he tenido que persuadir a nadie para que hiciese nada que no quisiera. Sin embargo- retomó, esta vez más serio -tengo que admitir que si he… tirado un poco de sus emociones. No más que la primera vez que me acosté con ellos. A partir de ahí solo es cuestión de remover viejos recuerdos, avivar su deseo, recordar antiguas sensaciones… - Con un suave gesto, acarició la piel del antebrazo del íncubo, deslizando la tela de su ropa que pudiese entorpecerlo, sin cambiar de expresión. No sería tan efectivo al llevar sus guantes puestos, pero confiaba en su acompañante entendiese el propósito del gesto- Estoy pensando que apenas hemos tenido tiempo de conocernos mejor. ¿Qué hay de usted? Vivienne- Pronunció su nombre con retintín, tratando de dejar ver que sospechaba que ese no era su auténtico nombre -. ¿Sabía que es uno de los nombres de la Dama del Lago, o de la hechicera Nimue? Hay quien la relaciona con una de las alumnas del mago Merlín, de las leyendas artúricas, a quién sedujo y después traicionó… - miraba al frente, con su amable sonrisa perfectamente ensayada, imperturbable, aunque sus ojos permanecían más serios- ¿Tiene experiencia quizás en el arte de… la persuasión?- dejó espacio para que su acompañante meditase sobre sus palabras. No le gustaba ser descortés, pero no toleraba que lo engatusasen de forma que pudiese perjudicarle. Seguía sin tener claras las intenciones del íncubo al que se sujetaba del brazo. ¿Realmente podía haber sido aquello algo casual? Lamentaba ofender a alguien sin motivo, pero más se lamentaría si todo aquello no era más que una treta para llegar hasta él. Necesitaba más información, quizás con algunas preguntas más inocentes podría…
-¿Puedo preguntar cuánto tiempo lleva en la isla? ¿Qué le trajo hasta aquí?- Prosiguió mientras paseaban. Las luces de las farolas a ambos lados de la calle titilaban con el aire frío. Los pasos del grupo se escuchaban resonar entre los edificios, así las risas de los dos ebrios solistas. Habían comenzado a repasar la actuación de aquella noche por lo visto. Emil trataba de alcanzar las notas de Orfeo sin afinar y tras las carcajadas de ambos músicos, reanudo la interpretación en falsete, mientras adornaba su actuación con gestos excesivamente exagerados. Leo sonrió al ver que al menos lo tomaba con humor, aunque luego trataría de animarlo un poco más - Yo llevo prácticamente toda mi vida aquí asentado. Creía que me movía en suficientes círculos para haberme topado con más personas como usted, pero veo que me he fijado menos de lo que me gustaría. ¿Cómo está siendo su estancia en Áberum? He visto a mucha gente ir y venir con intención de amasar fortuna, buscando nuevas oportunidades, incluso escapando de su pasado… - dejó las últimas palabras en el aire, para que reposase la gravedad de su tono - Espero que nuestro estilo de vida esté siendo amable con usted. No me gustaría que… bueno, tuviese que llegar a contactar con alguna organización de dudosa reputación.
No era la primera vez que recogía a jóvenes de la calle. Muchas personas eran amenazadas o maltratadas por pandilleros y criminales para que realizasen toda clase de trabajos para ellos. 'Le Marguerite' daba cobijo a mucha gente de la calle que lo necesitaba, hasta que lo dejaba de necesitar. Nunca obligaban a trabajar a quien no disfrutase con su modo de vida, pero no, eso no era lo común. Si aquel íncubo trabajaba para alguien, quizás pudiese tirar del hilo mostrándose preocupado por su situación.
Emil y Olivia se habían parado frente alguna casa. Al verlos acercarse cogidos del brazo, con los roles intercambiados, los solistas los imitaron. Olivia se irguió e inclino en una ligera reverencia, a modo del caballero. Emil replicó a la reverencia como una dama, haciendo como si se inclinase y alzase parte de un vestido invisible, antes de aceptar su brazo. Ambos casi habían logrado aguantarse la risa hasta que Leo y el otro íncubo se acercaban a ellos.
Se alegraba mucho de haberse librado del bochorno de la cafetería. El frío invernal había despejado sus pensamientos y notaba mucho menos peso sobre sus hombros. Claro está, le preocupaba que alguien acabase llamando a la guardia con el ruido que estaba haciendo aquel trío, ya había una botella menos… si bien le habían entrado ganas de acompañarlos al piano con aquella melodía de Schubert. Esperaba que si permitían a los vagabundos merodear alcoholizados por los bulevares, podrían perdonar a dos cantantes de renombre darse una noche de juerga por los barrios altos de Áberum. Casi se lleva las manos a la cabeza al ver a Olivia derramando el vino por la acera. Consideraba seriamente que se había excedido un poco al animar tanto el ambiente para librarse de Vivienne, cosa que por lo visto no había logrado… todavía. De perdidos al río, podía ser una situación tan buena como cualquier otra para recuperar fuerzas y desfogarse un poco. Se estaba frotando los párpados cuando se percató de que Vivienne se acercaba hasta él. Aceptó su invitación a cogerle del brazo y le tendió el suyo con el equivalente femenino, aceptando el "reto".
-¿Una schubetiada a altas horas de la noche? ¡Señorita Vivienne!- Rió su comentario, se preguntaba si ambos estarían pensado en lo mismo o sería una curiosa coincidencia. En seguida cambió su expresión y le dejó hablar. ¿Tendría que suponer que sabía quién o qué era él? ¿Podría fiarse de que no hubiese sentido a otro de su misma especie? Leo sólo había conocido a otra persona con sus mismas capacidades. Margarita lo había sentido al intentar usar sus habilidades contra ella. Le había explicado que obviamente existían más como ellos y que sus capacidades podían verse alteradas o inutilizadas por otro de los suyos, en especial usándolos unos contra otros. Quizás debía dejar claras las cosas ahora y dejar de jugar, quizás se había excedido en efecto al haber involucrado de aquella manera y hasta aquel punto a Olivia y Emil en sus juegos… Pero Vivienne parecía querer seguir con aquella comedia, tenía que admitir que aquel íncubo sabía mantenerse fiel a su papel, pues ahí seguía coqueteando con él. Apretado contra su brazo durante un rato, podía sentir levemente el sutil cambio hormonal. ¿Estaría controlando sus propias emociones? Parecía nervioso, también excitado… ¿Quizás estaba manipulando las suyas? ¿O puede que la forma que percibía él las del otro? Ante todas las dudas que le estaba generando aquello, prefería atacar de frente.
-Créame. El criterio de la señorita y el caballero son más que aceptables. Estoy más que acostumbrado a… tocar ante desconocidos y… no es por presumir, pero se me da bastante bien sacarle su mejor sonido a cualquier solista - miraba al frente, hacia los solistas que se tambaleaban y reían a lo largo de la calle, con una sonrisa entre pícara y orgullosa, esperando que el íncubo volviese a leer entre líneas como suponía había hecho con el comentario de Emil -. No he tenido que persuadir a nadie para que hiciese nada que no quisiera. Sin embargo- retomó, esta vez más serio -tengo que admitir que si he… tirado un poco de sus emociones. No más que la primera vez que me acosté con ellos. A partir de ahí solo es cuestión de remover viejos recuerdos, avivar su deseo, recordar antiguas sensaciones… - Con un suave gesto, acarició la piel del antebrazo del íncubo, deslizando la tela de su ropa que pudiese entorpecerlo, sin cambiar de expresión. No sería tan efectivo al llevar sus guantes puestos, pero confiaba en su acompañante entendiese el propósito del gesto- Estoy pensando que apenas hemos tenido tiempo de conocernos mejor. ¿Qué hay de usted? Vivienne- Pronunció su nombre con retintín, tratando de dejar ver que sospechaba que ese no era su auténtico nombre -. ¿Sabía que es uno de los nombres de la Dama del Lago, o de la hechicera Nimue? Hay quien la relaciona con una de las alumnas del mago Merlín, de las leyendas artúricas, a quién sedujo y después traicionó… - miraba al frente, con su amable sonrisa perfectamente ensayada, imperturbable, aunque sus ojos permanecían más serios- ¿Tiene experiencia quizás en el arte de… la persuasión?- dejó espacio para que su acompañante meditase sobre sus palabras. No le gustaba ser descortés, pero no toleraba que lo engatusasen de forma que pudiese perjudicarle. Seguía sin tener claras las intenciones del íncubo al que se sujetaba del brazo. ¿Realmente podía haber sido aquello algo casual? Lamentaba ofender a alguien sin motivo, pero más se lamentaría si todo aquello no era más que una treta para llegar hasta él. Necesitaba más información, quizás con algunas preguntas más inocentes podría…
-¿Puedo preguntar cuánto tiempo lleva en la isla? ¿Qué le trajo hasta aquí?- Prosiguió mientras paseaban. Las luces de las farolas a ambos lados de la calle titilaban con el aire frío. Los pasos del grupo se escuchaban resonar entre los edificios, así las risas de los dos ebrios solistas. Habían comenzado a repasar la actuación de aquella noche por lo visto. Emil trataba de alcanzar las notas de Orfeo sin afinar y tras las carcajadas de ambos músicos, reanudo la interpretación en falsete, mientras adornaba su actuación con gestos excesivamente exagerados. Leo sonrió al ver que al menos lo tomaba con humor, aunque luego trataría de animarlo un poco más - Yo llevo prácticamente toda mi vida aquí asentado. Creía que me movía en suficientes círculos para haberme topado con más personas como usted, pero veo que me he fijado menos de lo que me gustaría. ¿Cómo está siendo su estancia en Áberum? He visto a mucha gente ir y venir con intención de amasar fortuna, buscando nuevas oportunidades, incluso escapando de su pasado… - dejó las últimas palabras en el aire, para que reposase la gravedad de su tono - Espero que nuestro estilo de vida esté siendo amable con usted. No me gustaría que… bueno, tuviese que llegar a contactar con alguna organización de dudosa reputación.
No era la primera vez que recogía a jóvenes de la calle. Muchas personas eran amenazadas o maltratadas por pandilleros y criminales para que realizasen toda clase de trabajos para ellos. 'Le Marguerite' daba cobijo a mucha gente de la calle que lo necesitaba, hasta que lo dejaba de necesitar. Nunca obligaban a trabajar a quien no disfrutase con su modo de vida, pero no, eso no era lo común. Si aquel íncubo trabajaba para alguien, quizás pudiese tirar del hilo mostrándose preocupado por su situación.
Emil y Olivia se habían parado frente alguna casa. Al verlos acercarse cogidos del brazo, con los roles intercambiados, los solistas los imitaron. Olivia se irguió e inclino en una ligera reverencia, a modo del caballero. Emil replicó a la reverencia como una dama, haciendo como si se inclinase y alzase parte de un vestido invisible, antes de aceptar su brazo. Ambos casi habían logrado aguantarse la risa hasta que Leo y el otro íncubo se acercaban a ellos.
Última edición por Leonardo B. el Dom Jun 06, 2021 5:14 pm, editado 1 vez
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Re: Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
- uvu:
- Bueno, como puedes comprobar me ha dado un arrebato de inspiración, no te sientas presionado a contestar tan rápido, por favor
- rol:
- No pasó inadvertido para el francés el gesto femenino del señor Blackfield. Le había ofrecido el brazo de ese modo de una manera casi automática, como si por un instante hubiera olvidado que el papel que estaba interpretando era el de una dama. Pero ese gesto por parte del varón del parche le gustó, no era tan estirado, ni estaba tan incómodo, como parecía en el teatro. Confirmó con gusto cómo había captado la sutil referencia a las veladas que Schubert y sus amigos más cercanos solían hacer. La conversación que habían mantenido en el teatro le había revelado que el señor Blackfield tenía una buena educación musical, tanto como melómano como intérprete, y eso solo acrecentaba su interés por el caballero inglés.
“Sacar su mejor sonido a cualquier solista”. Un escalofrió recorrió la espalda de Jean-Pierre, y apretó ligeramente el brazo del otro varón. Una elección de palabras de lo más elegante y descriptiva. Tuvo que hacer acopio de toda la fuerza de voluntad que tenía en aquellos momentos, y que a cada segundo que pasaba el vino y sus efectos iba haciendo más y más endeble. No podía comportarse como cuando tenía 19 años, arrastrar al señor Blackfield al primer callejón oscuro por el que pasaran y ponerse de rodillas frente a él, casi suplicándole que se quitara los pantalones. Tragó saliva, espesa por culpa del alcohol, y recorrió con deleite el perfil del conde. Tenía que obligarse a mantener la compostura, al fin y al cabo, estaba tratando con un aristócrata, con un conde, y le gustaría mantener esa relación en el tiempo, más allá de una única noche.
Entrecerró los ojos ante la confirmación salida de sus labios de sus sospechas. Efectivamente, otro íncubo. Estando como estaba tan receptivo, las caricias de Leo, aún con el guante, consiguieron poner el escaso vello de sus brazos de punta. Aquello era divertido. ¿Era así como se sentían los demás cuando él jugaba con ellos? ¿Esa anticipación, ese deseo? Tenía ganas de quitarse de una maldita vez las capas y capas de ropa que, si bien le protegían del frío, ahora mismo le estaban molestando. Aquella breve caricia se le antojó exactamente eso, breve. “Quiero más” era lo que decía la expresión de Jean-Pierre en ese momento. Con la mano libre se recolocó el recogido, en un amago por centrarse en algo banal y no en lo que rondaba su mente en aquellos momentos.
Agradeció el comentario sobre su “nombre” y experiencias, aquello le permitiría redirigir la conversación a uno de sus temas favoritos: él mismo.
- Soy una persona, un… -se pensó la palabra, frunciendo un poco el ceño con la mirada perdida en el cielo oscuro-, un individuo un tanto, digamos, particular, y tengo la sensación de nos asemejamos más de lo que aparenta a simple vista, que tenemos algunas cosas en común… -aunque sonriera, se dio cuenta de la ligera preocupación que inundaba su mirada. ¿Acaso estaba casado? Podría ser, no era raro que un hombre se aburriera de lo que su mujer le ofrecía cada noche en la cama, se había encontrado con esa dinámica cientos de veces. Sería curioso que ése fuera el causante de aquella mirada un tanto seria, teniendo en cuenta que le acababa de confesar que se había acostado con ambos cantantes. Eso descartaba también dudas acerca de si tenía las preferencias carnales que correspondían a un caballero, o si estaba un tanto… desviado-. Oh, Leo, tengo experiencia en el arte de la persuasión y en algunos otros –ya que el conde había mostrado todas sus cartas (o al menos gran parte de ellas), era su turno de desvelar las suyas-. Tengo también un gran arte en la caracterización, tal vez se sorprenda con lo que puede encontrar tras mi apariencia. También dotes con los juegos de manos y de actuación–se pegó más a su cuerpo y le miró de refilón-. Solo pídalo, y seré lo que más desee. Y me siento particularmente orgullos… -se detuvo en ese término y soltó una carcajada, sin llegar a terminar la palabra- de mi intuición a la hora de saber a quién le puede agradar mi compañía, y no me cabe duda de que usted es una de esas personas.
La siguiente pregunta le pilló un tanto desprevenido: se esperaba una cuestión más personal y divertida que por qué estaba en Áberum. Sacudió la mano ligeramente, a la que respondía vagamente. Que apenas llevaba seis meses en la isla, y que había pasado otros seis en Londres. Se había ido a Áberum buscando cambiar de ambiente, Francia se le antojaba aburrida. Rio al oír a los dos cantantes volver al Offenbach. Además de todo lo que le apetecía hacerle al señor Blackfield, estaba sinceramente entusiasmado con la idea de un dúo soprano-tenor, por muy afectados que estuvieran los solistas. Y la sola idea de ver al otro íncubo tocar le excitaba, un instrumentista era siempre más apetecible. La gravedad de las palabras de Leo sí que le pilló por sorpresa, más aún las últimas frases, y tras un par de segundos de silencio, solo roto por las melodías entonadas por los otros músicos, más adelante, Jean-Pierre dibujó una amplia y pícara sonrisa.
- De nuevo, creo que se confunde conmigo, querido Leo. Me da la impresión de que en este momento me está imaginando como alguien desamparado del que se están aprovechando, y no puede estar más equivocado –crecer en las calles le había enseñado que lo mejor era ir por libre, al fin y al cabo, no sabías quién y cuándo podía traicionarte. Era preferible pasar hambre una semana a estar en deuda con las personas equivocadas. Además, aunque no lo aparentara, contaba con años de experiencia a sus espaldas, que le habían permitido desarrollar una especie de “sexto sentido” para saber quiénes eran aquellos de los que era mejor mantenerse alejado.-. Yo trabajo solo, y para mi propio beneficio –se llevó una mano a los labios tras decir esa frase y rio de nuevo. Quizás ese tono, que él había percibido como condescendiente, le molestara ligeramente, y había hecho que contestara con un tono henchido de orgullo. No le gustaba despertar sentimientos de lástima-. También trabajo sola –se quedó con el índice levantado un momento, pensando si esta última afirmación había sido él o el vino- Definitivamente esto ha sido el vino. Lo que quiero decir es, querido señor Blackfield, que de lo único que tiene que preocuparse esta noche es de disfrutar. Olvídese de su matrimonio, si es que está atrapado en uno, olvídese de su estatus social, del qué dirán. Todo lo que suceda hoy, al amanecer no habrá existido. Ni siquiera Vivienne –dijo con sorna el nombre que había escogido aquella noche.
Los dos cantantes estallaron en carcajadas al ver a la pareja con los roles invertidos y les hicieron una reverencia de lo más exagerada cuando alcanzaron su posición. Jean-Pierre se la devolvió, actuando como todo un caballero, y se rio con ellos. Se soltó de Leo y se acercó a la pareja, que ahora seguía avanzando hacia la entrada. La soprano le gustaba, no solo por lo que había visto en escena durante la ópera, sino por el desparpajo que le transmitía. Él le parecía más reservado, ¿estaría incómodo con la situación? Jean-Pierre se situó al lado del tenor, y, sin dudas, estaba un tanto tenso, ¿agobiado, tal vez?.
- ¿Emil, hay algo que le incomode? Lo noto un poco tenso. Pensaba que el único que estaba así aquí era el conde, no usted...
- ¿Tenso, yo? –soltó un bufido. Realmente Emil estaba preocupado por cómo le iba a plantear al mayordomo que iba a continuar con la fiesta con su compañera de reparto, el conde Blackfied y una mujer que le acababan de presentar. Y cómo iba a evitar que sus padres se enteraran-. Tenso estaba antes de la función. Ahora solo estoy borracho, con ganas de quitarme las botas y asaltar el armario privado de mi padre.
- Por favor, Emil, los del este sois todos iguales, solo pensáis en beber –añadió Olivia, divertida-. Aunque a mí tampoco me importaría una copa, ¿Me dejas asaltar el armario contigo? –preguntó al tenor.
- Si van a asaltar el armario, se me ocurre que el señor Blackfield puede amenizar el momento con alguna pieza breve. Chopin o Schumann son de mis favoritos, especialmente el primero. ¿Las conoce, Leo? –se giró hacia el otro íncubo-¿Estaría dispuesto a deleitarme con sus habilidades manuales?
Última edición por Jean-Pierre el Mar Nov 02, 2021 11:41 pm, editado 1 vez
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Re: Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
- +18:
- Sentía el hambre del íncubo al que agarraba. También el sutil contacto de los músicos, algo más alejados. Agradeció al paseo, al frío y a sus sospechas sobre aquel peculiar individuo que lo mantuviesen alerta para no dejarse llevar más de la cuenta en ese instante. Sonrió al escuchar sobre su… especialidad. "Mis sentidos revelan que tras su apariencia encontraré más berlinesas que buñuelos". No obstante, le pareció interesante aquel perfil. Desde luego parecía más que una cara bonita. Se desenvolvía cómodamente en situaciones sociales, sus conocimientos sobre música revelaban cierta cultura por su parte (algo que seguro le sería de utilidad para hacer compañía), parecía de las personas que no cedían ante un no por respuesta y mantenía el papel que había decidido interpretar pese a sus comentarios.
Aquel deseo que sentía del otro íncubo tampoco era algo que pudiese pasar por alto. Insinuaba que sus gustos eran parecidos, por lo que también se estaba haciendo una idea de hasta donde llegaban sus capacidades, sintiendo las inclinaciones de sus acompañantes como él. No obstante, no podía bajar la guardia, ya que cabía la posibilidad de que alguno de sus clientes se hubiese ido de la lengua. Era una posibilidad remota, ya que sabían que revelar cosas sobre él era un arma de doble filo. Todos sabían que aquello era parte del trato en su local… También estaba aquello de su origen francés ¿Francia? ¿¡Aburrida!? Podía verlo quizás en aquel perfil de persona veleidosa, voluble, que enseguida se cansaba de las cosas, pero dudaba el cambio de aires (en especial hacia la atmósfera puritana inglesa) solo fuese por capricho.
De todos modos, aunque fuese por orgullo, le sorprendió la respuesta tan sincera sobre su situación en la isla, mucho más reveladora de lo que Leo había esperado. Había confirmado un par de sospechas de una tajada. Cielos, hasta estaba empezando a divertirse con todo aquello. Hacía mucho tiempo que no tenía que esforzarse tanto en ir descubriendo el perfil de sus acompañantes y, en vistas de que pudo ver que el íncubo era sincero en cuanto a trabajar solo, sentía que debía hacer caso a sus tres, o más bien dos fuentes y media de alimento aquella noche. Más aún si, tal como decía el personaje de Vivienne, aquello era una cuestión de una sola noche.
Rió ante el comentario de si tenía matrimonio. Desde luego, si sabía quién era Leo también sabía cómo fingir lo contrario. Se consideraba uno de los solteros más cotizados de la isla, no le gustaba la idea realmente, pero estaba lo suficientemente seguro del trabajo de Margarita para que así fuese cuando lo presentó en sociedad. Aquello lo había movido, y lo seguía haciendo, por los círculos más selectos de la aristocracia y burguesía de Áberum. Margarita obviamente sabía lo que se hacía, ya que era lo que ella se había encargado de hacer consigo misma desde que había llegado a la isla, o lo que había buscado hacer en cada uno de los sitios donde se había instalado. No era tanto por la búsqueda de una posición y un buen matrimonio de conveniencia, sino de tener todos sus ojos puestos en ellos. El que más y el que menos había acabado yendo derechos al sótano de 'Le Marguerite' como clientela asidua, traducido en mayores ingresos y una fuente constante de alimento para dos seres como ellos.
-La única señora Blackfield de mi vida precisamente me animó desde el principio a este tipo de… bueno, digamos, schubetiadas- sonrió con picardía, ahora visiblemente más relajado. Podía permitirse jugar también su papel. La mayoría de la isla sólo conocía a una señora Blackfield y para todos había sido su tía que lo había apadrinado, pero eso parecía no saberlo el francés. Bueno, si así era, que lo siguiese siendo -. Si Vivienne me asegura que puedo relajarme esta noche, puedo olvidarme del conde Blackfield y sus responsabilidades hasta mañana, ser solo… Leonardo…- comentó divertido. Pocos sabían que aquel no era su verdadero nombre, pues ya hacía muchos años que había dejado atrás al pequeño Yurick.
Leo tiró de los bordes de su abrigo para devolver el saludo a la pareja de cantantes, de forma mucho más femenina y seria de lo que cabría esperar, mientras su acompañante se soltaba de su brazo. Notaba las dudas de Emil, ahora que estaban de pie frente a la casa Havlik. No era ostentosa, pero tampoco modesta. De estilo palladiano, un edificio de tres plantas, con la fachada en piedra color crema con manchas oscurecidas, caliza algo deteriorada por la polución ambiental. Un pequeño jardín decoraba a los lados un par de metros de la entrada, manchando ligeramente los ladrillos que decoraban las escaleras con un ligero musgo verduzco. Aún se observaban luces en el interior, por lo que el servicio debía estar esperando a su joven señor. En efecto parecía que alguien esperaba cerca de la puerta, mientras la abrían desde dentro. Alzó las cejas al íncubo cuando le preguntó si conocía las obras de Chopin y Schumann y le asintió con solemnidad.
-Señor Enoch- llamó Emil a su mayordomo, un cuarentón calvo pero con cejas blancas espesamente pobladas, mientras lo estrechaba hacia él con un brazo. Pese a la hora que era, parecía bastante despierto para atender al señorito de la casa, aunque era difícil de leer, ya que mantenía las cajas alzadas en esa perpetua expresión de orgullo inglés -. Amigo mío. Eres como el padre que siempre quise. ¿Sabes si el de verdad ha vuelto?- Leo se sorprendió al oírlo, decepcionado en parte consigo mismo por lo mucho que había hecho beber al pobre tenor.
-Buenas noches, señorito Havlik- Con una inclinación de cabeza, saludó al resto del grupo y negó con la cabeza, sin cambiar de expresión-. No. Los señores de la casa aún no han vuelto de su viaje. Tengo entendido que hasta el lunes a la tarde no tienen intención de regresar…- Agarró el abrigo que le tendía Olivia y fue dejándoles entrar en el edificio -Señor Blackfield, tiempo sin verle.
-Señor Prokop, siempre es un placer verlo. ¿Qué tal le fue con la raíz de maca?- Lo saludó Leo. Trató de preguntarlo con la mayor amabilidad posible, con un tono natural, sabía que tanto él como su mujer habían pasado por un bache ante la disminución del deseo de ambos por el estrés y el trabajo, así que la última vez que había visitado la casa le había recomendado un estimulante.
-Bi-bien. Tanto mi mujer como yo estamos muy contentos con los resultados- El mayordomo se ruborizó ligeramente, si bien mantuvo su expresión y la compostura. Mientras, Leo arrancó una de las hojas de su cuaderno y comenzó a escribir sobre ella. La hoja de al lado estaba llena de anotaciones sobre la actuación del día siguiente, por lo que trató de cerrarlo lo antes posible, evitando ojos demasiado curiosos.
-Me alegra saberlo. Pásese estos días por la tienda y pídale a la señorita Hare otro sobre- terminó la nota con una firma, la letra larga, cursiva y afilada, pero con una delicada, redonda y amplia floritura al final -. Cortesía de la casa, como pago a su discreción por lo de esta noche- dijo, en tono más bajo -. Y recuerde. Páselo bien, pero siempre con moderación- Terminó sonriéndole con la mirada (le habría guiñado un ojo, pero hacia mucho tiempo aquel gesto inútil), mientras se despedía con la mano alejándose hacia el interior de la casa.
Jarrones y retratos familiares decoraban la entrada, aunque rellenando menos espacios de los que recordaba Leo en su última visita. No le había preocupado hasta entonces la situación de la familia de Emil, pero consideraba que entre él y su padre estaban manteniendo cómodamente. Esperaba que se hubiesen llevado los adornos a otra de sus residencias. Rápidamente Emil y Olivia se dirigieron al despacho del señor Havlik para atracar su mueble bar privado de bebidas, mientras él se dirigía al salón principal de la casa.
Pasó de largo las escaleras que llevaban a los dormitorios del piso superior, dejó de lado las habitaciones del servicio mientras se quitaba el abrigo y los guantes, que había negado a entregar al mayordomo al entrar. Sabía perfectamente dónde estaba el piano de cola y que los cantantes se apañarían bien para buscar el alcohol, solo esperaba que no rompiesen nada con tantas risas. Mientras reajustaba la altura de la banqueta, estudió la estancia. Parecía efectivamente que había un par de muebles menos, pero por lo demás la sala parecía adaptada para la comodidad de los huéspedes y las visitas. Mantenían los sillones repletos de almohadas; las mesitas con tapetes y bandejas, veía menos esculturas; retratos, paisajes y bodegones florales en las paredes que no tenían tapices. Tonos pastel, tapizados burdeos, verdes, filigranas de plata y oro… Los Havlik parecían mantener su nivel de vida, pero se notaba que habían tenido que renunciar a ciertos caprichos y caras posesiones, el cabeza de familia podía no estar percibiendo grandes beneficios por sus composiciones, lamentaba. Decidió olvidarse de analizar su entorno y ponerse a hacer lo suyo con el piano, al fin y al cabo aquel grupito había requerido de sus servicios para amenizar la velada.
Se recogió el pelo y ató con un lazo la coleta. Un par de estiramientos de hombros, cuello, espalda, brazos y dedos después, calentó con algo de Mozart. Sonreía con picardía para sí pensando que a lo mejor los dormía con las variaciones del Ah vous dirai-je, Maman. Los músicos se asomaron al salón incrédulos poco antes de ver su cara, tras lo que estallaron en carcajadas mientras de nuevo se marchaban a buscar bebidas y vasos. Olivia desperdigaba por el suelo los cojines de los asientos de toda la sala y los acomodaba no muy lejos del piano. Emil, por su parte, había cogido varias mesitas para disponerlas alrededor de aquel confortable espacio del salón. Leo se sorprendió al verlo no solo trayendo una rica selección de licores, también se las había ingeniado para rebuscar en la cocina algo de picoteo: pan, embutido y fruta especialmente, aunque parecía también que algunos pastelitos.
Mientras organizaban aquella suerte de "harem británico", Leo prosiguió de forma fluida al Album for the Young de Schumann, a petición del otro íncubo. Le costaría admitirlo, incluso a sí mismo, pero se había picado con la insinuación de si conocía a los músicos que le pedían. Comenzó tocando suavemente, sin salirse de la interpretación tal como la había aprendido. El grupo se movía de aquí para allá, trayendo más cosas y riendo sus comentarios. Aquella escena se le antojaba de nuevo idílica, como parte de una ópera: el telón se abre, los personajes se desplazan por el escenario haciendo como que hablan pero de forma mímica, mientras el público solo escucha la música sonar. Por un momento Leo se sentía parte de ese público, ajeno a la escena, un mero espectador. La trama avanza, los artistas se colocan y esperan su señal. Una ligera pausa, un pulso, una respiración y… mientras lo miraban, una vez tenía su plena atención, pasó rápidamente al Grande Valse Brillante de Chopin. Las manos pasaban veloces por las teclas, había decidido darle algo más de emoción a la interpretación. No creía hacerlo mejor de lo que lo había hecho Chopin al componerla, pero sentía que su cuerpo le pedía hacerlo así, dejarse llevar con aquella obra. Notaba ya algunas gotas de sudor recorrer su frente y espalda, y se le ocurrió con ello algo para caldear más el ambiente. Terminada la pieza, respiró con los ojos cerrados, se retiró el pañuelo del cuello y desabotonó el cuello de la camisa.
-Uf, ha estado bien el calentamiento ¿No?- dijo, mientras se estiraba en la banqueta- ¿Alguna petición especial? Se me está ocurriendo un juego entre todos, ya que contamos con varios músicos y una melómana empedernida declarada- los miró con una sonrisa salvaje, hambrienta-. Os comento: Yo toco una pieza que queráis, o les pedimos a los cantantes que nos hagan una demostración de obras de sobra conocidas. En medio de la interpretación, hacemos una variación o metemos alguna estrofa diferente, quizás de otras obras. Si el resto acertamos la parte que no coincide con la original, solamente indicar que no cuadra, el intérprete debe quitarse una prenda de ropa- continuó la propuesta, mientras dejaba caer su pañuelo al suelo- si por el contrario nos equivocamos, será el público el que tenga que pagar el tributo- ensanchó su sonrisa, mirándolos de forma retadora- ¿Algún voluntario o voluntaria para empezar? Yo os sigo al piano y Vivienne siempre nos puede hacer las propuestas y dar sus veredictos.
- eWe:
- Ya comenzamos el hide, cualquier cosa que quieras sabes puedo cambiarlo. Es tranquilito pero largo el post. Lamento dejar a los ojos indiscretos con las ganas de ver qué se cuece por precaución a partir de ahora (Descuidad, aún no hay tema del todo).
Última edición por Leonardo B. el Mar Nov 02, 2021 12:59 pm, editado 1 vez
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Re: Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
- rºl:
- Hacía tanto tiempo que Jean-Pierre no entraba en una mansión como aquella, que durante el recorrido hasta la sala del piano estuvo distraído admirando los alrededores. No se le escapó el discreto intercambio que tuvo el conde con el mayordomo. Pianista, empresario... ¿qué más sorpresas tendría guardadas el señor Blackfield? Lo de la “única señora Blackfield de su vida” animándolo a este tipo de veladas le había descolocado por completo. Estaba deseando descubrir más cosas sobre él, casi tanto como adivinar qué era lo que había bajo las prendas que llevaba.
Comenzar con las variaciones de Mozart le pareció tierno. Le gustaba el compositor austríaco, aunque no era lo que había pedido. Demasiado inocente para la situación. Cuando Leo cambió a Schumann, una sonrisa de satisfacción bailó en sus labios. Ahí estaban, esas piezas breves para piano tan deliciosas, delicadas, tan fantásticas en su sencillez. Viendo cómo los dos cantantes se dedicaban a ir y venir de la sala, así como a organizar el ambiente, el francés decidió que era un buen momento para tirarse en uno de los sofás. El corsé le impedía estar todo lo cómodo que le hubiera gustado, aunque, en fin, era parte del papel. Tenía la oreja puesta en lo que cotorreaban, más pegados el uno al otro de lo que la etiqueta permitía en los contactos entre un caballero y una dama que no estuvieran casados. Volvió a oír a Olivia decir algo relacionado con “el local”, y vio a Emil de refilón encogiéndose de hombros, pero estaba demasiado borracho como para entrometerse en esa conversación y tratar de averiguar algo. Quizás llevaba tanto tiempo sin salir, sin fiestas, sin beber de verdad, que había perdido parte de su ya de por sí escaso aguante a las bebidas espirituosas. La cabeza le daba vueltas, y la visión de Leo tocando no ayudaba a esa sensación. A eso tenía que sumarle las emociones de los cantantes, que arramplaban con sus sentidos como dos caballos desbocados. Si algo estaba claro, es que esa noche iba a quedar saciado. ¿Con quién? Ah, eso estaba por ver.
Se recolocó en el sofá, despojado de cojines, y se aflojó el corsé del modo más discreto que pudo. Así podría quitarse los zapatos. Aunque por la mirada que le dirigió el tenor, ese gesto no le debió pasar desapercibido. Jean-Pierre se limitó a sonreír tímidamente, como si le hubieran pillado haciendo algo prohibido. Botón a botón, las delicadas botas finalmente quedaron colocadas a un lado del sofá. ¿Estaba borracho? Mucho. Pero aquellos zapatos le habían valido las cenas de un par de semanas y no iba a tratarlos de cualquier manera.
- Bravísimo... -dijo en cuanto terminó de tocar, aplaudiendo despacito. Tragó saliva y tuvo que contenerse, otra vez, para evitar tirar por la borda toda la actuación que estaba llevando a cabo, ignorando las pocas normas de conducta que todavía seguían vigentes en esa habitación. Uno no podía desabrocharse la camisa, sonreír de aquella manera y esperar que la sala se quedara gélida, como si no tuviera sangre en las venas y entre las piernas. Que el otro estuviera también jugando le excitaba más de lo que a su parte más caprichosa le hubiera gustado admitir. Tenía que reconocerle al conde la originalidad y el mimo con el que estaba preparando el resto de la velada.
- Yo, yo me ofrezco voluntario- Emil levantó la mano exageradamente y miró al conde con un gesto socarrón. Sería del este, tendría aguante, pero su nivel de alcohol en sangre estaba empezando a pasarle factura-. Yo empiezo: estabas tocando el Vals del minuto, ¿verdad? Chopin, estoy seguro que era Chopin. ¿Quién si no iba a ser? Eres pianista. Chopin seguro –se golpeó la frente con un golpecito suave e hizo un aspaviento con esa misma mano-. Oh, no, me he equivocado. No era el Vals del minuto ¿no? Era otro, el... ¿Brillante tal vez? Me toca quitarme una prenda–soltó una carcajada y procedió a deshacerse de sus zapatos, medias, chaleco y pañuelo. Jean-Pierre aprovechó el momento y también se quitó la chaqueta granate, descubriendo una blusa negra y delicada, que dejaba a la vista sus brazos. Tal vez sí que hubiera influido algo en la decisión del cantante de despojarse del chaleco, pero, en fin, ¿quién se lo iba a impedir? Empezaba a tener un poco de calor, y quería acelerar algo las cosas.
- Emil, eso es más de una prenda.
- Oh, debo estar tan borracho que no sé ni contar –le dedicó una sonrisa cargada de deseo a la soprano. Su intuición le decía que a aquel tenor le gustaban más las faldas que los pantalones. Podría estar equivocado, por supuesto, pero no solía fallar en estas situaciones-. ¿Qué más dará, uno, dos, tres...? Era poner un buen ejemplo de cómo se hacen las cosas. Ahora, te toca a ti, por hablar.
- Avisados están de que soy un oyente experimentado, es difícil sorprenderme –dijo Jean-Pierre, suavemente. Le hizo un gesto con el índice al tenor, indicándole que se sentara a su lado. Emil no lo dudó ni un instante, no sin antes coger una botella con un líquido transparente que desprendía un olor dulzón, que el francés no fue capaz de identificar. Agua no era, eso seguro. Emil casi se derrumbó en el sofá, al lado del francés, para a continuación servir en dos pequeños vasitos un dedo de aquella bebida.
- Licor de huesos de albaricoque. Si no lo ha probado nunca... –se tomó de un trago lo que se había servido y le ofreció el otro a Jean-Pierre. Cuando éste lo cogió, Emil volvió a llenar su vasito-. No es fuerte en la boca, pero sí en la cabeza-le pasó un brazo sobre los hombros a la “dama” con la que se sentaba, y Jean-Pierre no rechazó el contacto, al contrario.
Mientras tanto, Olivia se había acercado al piano, y muy dignamente se había sentado en la banqueta, junto con Leo, en el hueco que quedaba en uno de los lados. Le apartó las manos del teclado, sujetando las del otro íncubo más tiempo del necesario y acariciando sus antebrazos, antes de poner los dedos sobre las teclas.
- Me autoacompaño, por ahora no te necesito –se mordió el labio y miró al pianista con deseo contenido. Emil soltó una carcajada ante ese comentario, a lo que Jean-Pierre respondió colocándole el índice sobre el labio delicadamente.
La soprano comenzó a tocar el inconfundible acompañamiento de Margarita en la rueca, alargándose un tanto en la introducción instrumental, con un tempo algo más lento del habitual y trastabillando un poco con la mano derecha del instrumento. Su voz inundó la sala, y a Jean-Pierre se le pusieron los pelos como escarpias. Realmente era una cantante fantástica.
- Yo no noto nada raro –susurró Emil mientras se desabrochaba un botó de la camisa-. Tendremos que pagar ¿no? –soltó un segundo botón, y el francés le dio un manotazo, divertido con la situación.
- Para, para, para, que ella lleva más ropa que tú –contestó en el mismo tono bajito de voz. Estaba prestando más atención a lo que cantaba Olivia, casi hipnotizado por su voz, que a las caricias que el tenor le estaba dando en los hombros y el brazo-. ¡Demasiado fácil, señorita! –exclamó el francés, a la vez que enlazaba sus dedos con los de Emil ya en su cadera, dándole caricias suaves en la palma de la mano y el antebrazo. Olivia le miró con los ojos entrecerrados.
- ¿Qué ha habido de raro? Ha sido una primera estrofa muy digna –alzó la barbilla, orgullosa.
- Esa letra no era Margarita en la rueca, era... –frunció el ceño, intentando recordar-... Diecherliebe, el primero de todos.
- Pensé que el alemán no era tu fuerte...
- Te toca pagar... - Jean-Pierre compuso una sonrisa amplia y se mordió el labio-. ¿Podemos escoger prenda? – estaba completamente seguro de que, en esos momentos, pidiera lo que le pidiera, la soprano cedería, y lo haría con gusto, además-. Bueno, mejor aún, que escoja Leo. ¿Con qué tributo tendrá que pagar la señorita Mauger por intentar engañarnos con Schubert y Schuman? –se apretó más contra el tenor, y miró a Leo todavía con más ansia. “Vamos a hacer que esto vaya un poco más ligero ¿no?” era lo que decían sus ojos.
Última edición por Jean-Pierre el Mar Nov 02, 2021 11:41 pm, editado 2 veces
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Re: Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
- Temita +18:
- Forzó una risotada ante la actitud del tenor, visiblemente alterado por el alcohol y sus influencias. Definitivamente se había pasado con él, pero no pudo evitarlo. Emil tenía sus dudas respecto a lo que gustos en la cama se refería. Las primeras veces, se había acercado con recelo durante los encuentros de aquel curioso trío en el que habían acabado. Notaba sus miradas. Claro que con Olivia no tenía reparos en tontear, pero con un hombre… Aquello era harina de otro costal. Sin habilidades como las suyas, era difícil saber a quién acercarse para intimar, siendo del mismo género. Había códigos que determinados colectivos entendían, si, pero aquello era algo de lo que te enterabas una vez dentro. Se había tenido que conformar con el hecho de que bebiese más de lo normal para intimar con él, si bien confiaba en que con el tiempo y su influencia se olvidase de las etiquetas y solo se centrase en el placer. No obstante, le preocupaba su reacción cuando descubriese el pastel con Vivienne, se les veía muy apretaditos. Aunque, quién sabe, a lo mejor aquello era incluso una buena forma de acostumbrar al tenor a ese tipo de contactos.
-Descuida- dejó sitio a la soprano cuando advirtió su intención de colocarse al piano, aunque lo justo y necesario para que ambos entrasen en el asiento estando bien pegados el uno al otro -, no dudo de tus capacidades para autoacompañarte, aunque sabes que un par de manos extra son de mucha ayuda…- remató con una expresión socarrona, mientras Olivia acariciaba sus brazos. Al escuchar su interpretación, reconsideró la idea que había tenido sobre aquel juego, quizás era más complicado de lo que pensaba. Olivia sin embargo fue perfectamente capaz de encajar la letra de Schuman. Sonrió, divertido, para sí. Buena chica… La respuesta de Vivienne le hizo ganarse su aprobación. En efecto sabía de música.
-Mmm- sopesó revisando exhaustivamente con la mirada a la soprano, que lo miraba con una falsa timidez, la mirada juguetona. Era una pena no tenerla en su plantilla, porque se le daba tan bien jugar como a cualquiera de los del local -¿Qué os parece una de sus medias? Creo que es una prenda apropiada para ir empezando- miró primero al tenor, que parecía tener prisa por desnudarse. Luego a Vivienne, que parecía estar queriendo que se acelerasen las cosas. La miró retador, no pensaba darle esa satisfacción tan rápido. No. A Leo le encantaba hacerlos desear -¿Puedo?- preguntó directamente a la soprano, mientras comenzaba a bajarse una de las medias bajo el vestido. Aquella elección podía haberse pasado de sencilla, dada la situación, pero obligaba a revelar más de lo que parecía.
La cantante debía levantarse las diversas capas de su vestido y colocar una pierna a mayor altura, enseñando parte de los muslos. Tras el gesto afirmativo de Olivia, Leo fue deslizando la prenda lentamente. Iba recogiendo la tela con delicadeza, apretando un poco con los dedos el tejido y rozando la piel de la joven. Notaba el deseo de ella crecer. Su pulso acelerándose, su respiración agitarse. Trató de parecer estoico mientras lo hacía, indiferente a que tenía el pie de una hermosa cantante apoyado en el banco entre sus piernas. Creía poder escuchar cómo Emil tragaba saliva a unos metros de distancia, notar cómo se removía incómodo en su asiento con su incipiente erección. Tras retirar del todo la media, mientras acariciaba sutilmente el muslo de la cantante al taparlo con su vestido, la dobló con delicadeza y se la entregó a la susodicha, quien tras un momento de auténtico y tímido rubor, sonrió pícara, se quitó rauda la otra y lanzó ambas a los otros dos sin dejar de mirar a Leo.
-Bien, ya os he dado suficiente espectáculo por el momento- se recolocó el pelo con un gesto brusco pero elegante mientras se giraba, retadora -. Ahora te toca, señorito de la casa.
-¡¿A mí?!- soltó sorprendido el tenor, volviendo en sí de su ensimismamiento. Leo había perdido su contacto con él hacía ya un rato, pero pudo vislumbrar lo que le hubiese gustado ver a continuación de las medias. Turbado, se removió en su asiento, pegado a Vivienne -No creo que esté en condiciones de levantarme ahora mismo, querida. Me veo bastante perjudicado. Pero si quieres que me quite algo…
-Paga prenda, bribón. Son las reglas- le sonrió maliciosa Olivia, con los brazos en jarras -Ya estás medio desnudo, cúrrate al menos el resto del juego.
-Chicos, chicos. Ya sigo yo- interrumpió Leo, temiendo que Emil fuese el único desnudo en la sala hasta pasado un buen rato. Temía que le fuese a coger el frío antes de haber probado el calor de su entrepierna -. Dejemos que el señorito Havlik se serene un poco. Eso si- cortó a Olivia, que rauda quería replicar -, luego le tocará interpretar una pieza de mi elección- sonrió malicioso -. Bien, sígueme a ver si esto te suena, Mauger- comenzó a tocar con ligereza, sin dar mayor aviso a la soprano para prepararse. La cantante alzó las cejas sorprendida, pero en cuanto escuchó la melodía, le hizo un gesto brusco de asentimiento con la cabeza, aceptando el reto.
La sala en seguida se llenó con el sonido del piano y la voz de Olivia interpretando el 'Voi che sapete' de las Bodas de Fígaro. Siempre era divertido tocar a Mozart, si bien no había tenido oportunidad de hacerlo en persona, pensó divertido Leo sobre su propio comentario mental. Parecía una pieza adecuada para aquel momento, especialmente Olivia parecía advertir sus intenciones al cantar 'suspiro e gemo' por la forma en la que lo miró. Aprovechó poco después con ese momento de guardia baja para cambiar un par de estrofas del 'dueto de Papageno y Papagena' de La Flauta mágica, agradeciendo la experiencia de la soprano para continuar con la canción inicial sin trastabillar, pese a notar la diferencia. Al acabar la interpretación, que ejecutó sin dejar ver que se había percatado del cambio, se quedó mirando hacia el pianista con una expresión pícara.
Tocaba esperar la respuesta del resto. ¿Acertarían o se equivocarían? ¿A quién le tocaría pagar prenda? ¿Sería muy obvio que pretendía que lo descubriesen para empezar a quitarse él la ropa?
- A la Horny Jail:
- Espero no haberme pasado de explícito. Esos tobillos no se dejan ver solos.
- Leonardo B.
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Re: Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
- rolcito ~:
- Oh, por favor, tenía que reconocerle a aquel aristócrata inglés que sabía cómo dar un buen espectáculo, ya fuera con o sin el piano. Le estaba dando una envidia terrible que fuera ella la que estaba recibiendo aquellas caricias por parte de Leo, y no él. ¡También llevaba medias! Cogió las prendas que lanzó la soprano, echándose un poco hacia adelante, para después dejarlas sobre el reposabrazos del sofá.
- A veces la vida es injusta –suspiró. Emil le apretó contra su pecho, a modo de consuelo. Se iba a tomar el chupito que se había servido, pero Jean-Pierre le detuvo-. No, no. Por ahora nada de alcohol. Que a veces a los hombres eso que tenemos ahí abajo no nos funciona si hemos bebido demasiado. Así que –muy delicadamente posó un dedo en sus labios y le quitó el vasito, dejándolo con suavidad en la mesita al lado del sofá en el que estaban-, ahí se queda hasta dentro de un rato. Además, eres el siguiente después de Leo.
- ¿Cómo ha dicho, señorita? –el tenor parpadeó muy despacio, con un gesto de confusión pintado en el rostro. El francés sonrió pícaramente, podía ver cómo todos los engranajes en su cabeza se habían puesto a funcionar, ralentizados por la ingente cantidad de alcohol que había tomado. La introducción del ”Voi que sapete” no hacía sino añadir un matiz cómico a la situación.
- Que no puede beber más porque le va a tocar cantar. Primero ellos, después usted.
- No, no –frunció el ceño-. Antes.
- Que la vida es injusta –Jean-Pierre rio muy bajito, casi ronroneó, satisfecho por cómo Emil frunció el ceño. Le interrumpió antes de que dijera nada, agarrándolo de la barbilla y haciendo que lo mirara a los ojos. Notaba su incomodidad, sus inseguridades, cómo su nivel de excitación había bajado. El francés se acercó mucho a su rostro-. Si quiere una dama, tendrá una dama. Confíe en mí, soy todo un profesional. Déjese llevar, disfrute –bajó a su cuello y lo mordió un poquito. Notó cómo se relajaba.
- Usted también actúa, por lo que veo –Jean-Pierre se felicitó a sí mismo por conseguir que Emil volviera a sentirse tranquilo y ansioso por seguir la noche. Vamos, si no lo hubiera conseguido, dejaba el negocio y se ponía a descargar cajas en un puerto. O morirse en una esquina, tampoco tenía edad ya para esas cosas-. Ah, qué vida ésta la del espectáculo ¿no? Lo que hace uno por ganarse unas libras.
- Ni se lo imagina, querido –dijo todavía en su cuello.
La voz de Olivia era como un canto de sirena, y volvió a colocarse en el sofá mirando a los dos músicos que estaban en el piano. El alcohol estaba empezando a pasarle factura, y notar a Emil comerse a Olivia con los ojos le estaba desconcentrando. Tenía que obligarse a prestarle atención a la interpretación. Notaba la energía de Leo llenar la sala, como si se tratara de una tormenta de verano: todo el ambiente se cargaba, esperando la gran descarga. Menos mal que no llevaba pantalones. Alguna ventaja tenían que tener las faldas. Inspiró, retuvo el aire un par de segundos, y lo soltó muy despacio. Alzó una ceja, divertido ante el cambio que notó en la música. Mozart, de nuevo, aunque otra ópera.
- A ver, como os veo muy compenetrados a vosotros dos, ahí, soprano y pianista dándonos un bello concierto, vamos a hacer equipos –le pasó un brazo por la cintura a Jean-Pierre, que todavía estaba aplaudiendo tras escuchar la interpretación-. La respuesta la damos entre Vivienne y yo, y si es correcta, los dos os quitáis prendas-. Se inclinó hacia él, susurrándole muy bajito las sospechas que ya tenía el francés. Quería confirmarlo porque está deseando que Olivia se quitara más ropa, y de paso, Leo también, y así les deja de mirar con esa cara de superioridad que tiene siempre que están los tres en la cama, aunque bueno, ahora son cuatro. Jean-Pierre asintió, conforme.
- Pero hablo yo –continuó en el mismo tono bajito- porque tengo un mejor manejo de los labios y la lengua. Aunque seas cantante –le guiñó un ojo, y notó cómo el tenor se tensaba cuando se llevó el índice a los labios y lamía muy tímidamente la yema del dedo. Al final, casi todos los hombres eran iguales...
- Si bien soy un amante de la música contemporánea, las melodías de Mozart son inconfundibles. E insisto en ese plural: melodías-le dirigió a Leo una mirada cargada de lujuria-. ¿Tenemos que adivinar también de qué piezas han salido?
- Eso es fácil, muy fácil. ¿Se te ha olvidado que montamos la trilogía de da Ponte el mes pasado, conde? –dijo Emil socarrón. Se echó hacia un lado para coger el vasito de licor que estaba en la mesa, y lo alzó victorioso, salpicando el sofá con unas gotas de alcohol-. Voi che sapete. Papageno y Papagena. Felicidades, Olivia, por haberle seguido el juego tan bien. Yo no hubiera podido creo que ni estando sobrio –ella alzó la barbilla, orgullosa.
- Oh, Emil, no lo dudo-dijo burlona. Se quitó la chaqueta, que tiró de cualquier manera sobre la cola cerrada del piano-. Yo solo me quito una prenda, porque estaba “acompañando” a Leo. Y hazme un hueco, Emil –se dirigió al sofá, sentándose entre ellos dos y cogiendo el vasito que el tenor tenía en la mano, bebiéndoselo.
- Oh.-se percibió la decepción en la voz del tenor.
- A cantar, ea, ea –sacudió la mano, echándolo del sillón.
Emil se levantó con torpeza, pero mantuvo el tipo muy bien. Mejor de lo esperado para todo lo que llevaba encima. Se acercó a Leo, le puso una mano en el hombro y le dijo muy convencido “Dos piezas acertadas, dos prendas. Te toca pagar”.
- Dios mío, esto está fuertísimo –dijo la soprano después de tomarse otro chupito, esta vez solo llenando el vaso por la mitad. Sacudió la cabeza-. Me voy a arrepentir de habérmelo bebido.
- Oh, no –Jean-Pierre hizo un mohín-. No creo que se arrepienta.
- ¡Vivienne! –exclamó Emil-. Sabes mucho de escuchar música, ¿cuánto sabes de tocar música?
- Depende de qué tenga que tocar –Olivia le miró con curiosidad y deseo contenidos ante esa respuesta.
- Es que quiero otro acompañante. Somos un equipo, ¿recuerdas? –se sentó en la banqueta del piano, intentando echar a un lado a Leo-. Deja el piano un rato, ve a sentarte a otro sitio que no sea esta banqueta, bebe algo, que te veo muy serio. Necesitas –hizo una pausa, buscando las palabras- dejar de trabajar. Ven, Vivienne, ven. Mira, esto es un “do”, y esto otro do –señaló dos teclas cuando el francés llegó junto al piano. Se levantó, dejando a Jean-Pierre sentado ante el instrumento-. Yo voy a ser breve. Cuando quieras- miró a su improvisado pianista, que enseguida pulsó las dos teclas que le había pedido.
La resonancia de aquella octava vacía llenó la habitación, y Emil entonó la primera frase de “El lamento de Dido”. La “t” de “guest” sonó cortante y seca, y Jean-Pierre consideró que ese era un buen momento para levantar las manos del teclado. Casi hubiera jurado que las teclas estaban aún calientes, gracias a las manos de Leo.
- Una elección interesante –le dijo al tenor.
- ¿Lo has reconocido?
- Por supuesto.
Emil sonrió satisfecho y se apoyó en el piano, esperando la respuesta de los otros dos.
- info extra (?):
- Pues después de estar leyendo en la Wikipedia sobre la ópera de Dido y Eneas (de donde sale el lamento de Dido), se ve que era una obra poco representada hasta 1895, así que imagino que sería poco conocida. También es una pieza para soprano, eso le añade dificultad al asunto, digo yo, que lo está cantando un tenor (?)
Cualquier cosita que no te guste o que quieras que cambie, dime. Me he emocionado un poco, #sorrynotsorry
- Jean-Pierre
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Re: Opera night [Priv. Leonardo B.] ~ [+18]
- R*l:
- -Vaya, debí haberlo olvidado- dijo, riendo para sí, cuando Emil dio su respuesta. Su tono, sin embargo, casi delataba que aquello solo le servía de excusa para seguirles el juego -. Me parece justo. A fin de cuentas, estaba usando a Olivia como un… instrumento más- le sonrió con falsa malicia. Era cierto que aún le quedaba mucha ropa, y había notado demasiados cambios de humor repentinamente al otro lado de la sala como para dejar que el ambiente se enfriase. Una mala costumbre según el resto de sus empleados de Le Marguerite, el de jugar demasiado con la comida… Debía ser más directo. Tenía un plan para que dentro de poco todos acabasen bajándose los pantalones.
Comenzaría entonces quitándose el chaleco y los zapatos, con las indicaciones del tenor para que le cediese el sitio, mientras farfullaba un "ya va, ya va" con falso tono derrotado. Dejó las prendas en algún lugar que más o menos le quedase a manos, para luego, y se sentó dejándose caer de golpe al lado de la soprano, mientras cogía la botella de licor para servirse un poco.
-A ver que lo pruebe yo…- dijo con un chupito entre los dedos -Uf. Cielos Emil. ¡Esto sabe a fuego!- en seguida lamentó habérselo tragado de golpe. Ya notaba como bajaba y ardía en sus entrañas. Lo peor de todo es que no podría experimentar los efectos de aquel brebaje, solo aquella sensación asfixiante de tragarlo…
Trataba de recuperar el aire mientras se recolocaba en el asiento. Casi se pierde el inicio de la actuación de Emil y Vivienne cuando nota la mano de Olivia rozar su muslo. La piel de la nuca se le eriza al escuchar al tenor. La obra le sonaba, pero no era algo que escuchase habitualmente. La voz de Emil en cambio tenía algo que lo hacía estremecerse.
-Me temo... que me he quedado en blanco- Le devolvió la caricia a Olivia mientras se incorporaba. Lo hizo casi ausente, pero el contacto con su piel a estas alturas podía revolucionar sus sentidos. Se fue bajando los tirantes, abriendo la camisa hasta quitársela del todo. Sabía cómo proceder. Quería dar el jaque a aquel juego ahora mismo. Emil lo miró confuso mientras se desataba la lazada del pelo y dejaba su ceniciento cabello caerle sobre los hombros. Parecía que pensaban replicar, pero con una mirada y un gesto pidió el silencio del tenor y se acercó a Vivienne, agachando los labios hasta su oído para susurrarle, mientras le recolocaba un mechón de pelo detrás de la oreja.
-Hazme sitio- continuó, acariciándole el cuello con el dorso de lo dedos -. Creo recordar que Emil me debe una canción, y el ambiente ya está suficientemente caldeado. Le encanta que le besen el cuello y acaricien los dorsales. ¿Qué te parece si le vas quitando la camisa?- se giró al tenor y le sonrió, con cierto aire retador -. Ya sabes cuál te voy a pedir. Descuida- lo volvió a cortar antes de que le contestase. Acariciaba sin pudor una de las piernas del otro íncubo, con toda la mano, al sentarse a su lado -, te dejo a Vivienne para que te ayude a relajarte… Pero en seguida me uno- sin esperar respuesta de nadie, miró a los tres (Olivia sonreía divertida y excitada en su asiento, mientras se recolocaba el vestido para quitárselo) y comenzó a tocar. A duras penas podía contener su emoción ahora mismo. A su señal, Emil comenzó a cantar el Cum Derit, del Nisi Dominus de Vivaldi.
- Leonardo B.
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