Basilia Hernández

Pese al mal genio que la caracteriza, Basilia es una mujer que ha aprendido a resignarse ante los vaivenes de la vida. Si algo tiene que pasar, pasará, no importa lo mucho que le disguste, incomode o moleste. Su carácter se manifiesta especialmente en momentos en los que se siente amenazada por terceros o cuando está realmente desesperada con una situación. Puede llegar a perder completamente las formas y hacer cosas de las que luego se lamenta.

Todas las pérdidas que vivió a lo largo de su infancia la han marcado, haciendo que le cueste formar lazos duraderos o abrirse a extraños. Considera que volcar tanta energía en una relación para que al final esa persona se vaya al cielo (o a donde sea) es demasiado agotador, por lo que limita sus relaciones sociales a algo meramente superficial. Eso no quiere decir que se aísle del resto, no. Es sociable, extrovertida, algunos incluso la consideran divertida, con la lengua muy afilada. Disfruta de la compañía de los demás, y aunque no se abra con nadie, disfruta escuchando sus historias y enrollándose en conversaciones de besugos.

Es bastante cotilla, y le gusta estar al tanto de todo lo que sucede en el círculo en el que se mueve. Peleas ilegales, descargas de cajas con piezas para Polaris, si hay nuevas incorporaciones a la Guardia de Áberum... Hay que estar actualizado si uno quiere que el negocio siga en marcha.

Se ha pasado media vida fingiendo que es un varón, y ha intentado por todos los medios evitar todo lo que pueda asociarse con lo "femenino". Gesticular de manera tosa, hablar con un tono más grave y pausado, no decir que no a una pelea... Ha intentado incorporar a su carácter lo que considera "masculino", incluyendo escupir y fumar, así como tomar el sol todo lo que el clima inglés le permita para evitar una "palidez atractiva".

Basilia no es precisamente una mujer alta. Siempre ha culpado su 1.55cm a la mala alimentación que llevó en los primeros años de su vida en España. Atlética y robusta, con manos finas y delicadas, aunque cubiertas en una casi permanente fina capa de grasa y óxido. Su pelo es castaño, corto y tieso, con destellos rojizos. Sus ojos son de un color que varía en función de la luz: de ámbar a amarillo verdoso, pasando por el castaño en la penumbra. Tiene la nariz respingona y los labios carnosos, y si pasa mucho tiempo al sol le salen pecas.

Habitualmente viste con ropas de varón, holgadas y toscas. Casi todo su armario está manchado de aceite o grasa, algo difícil de lavar y con lo que ha aprendido a convivir. Suele llevar una boina hasta las cejas y pañuelos que le cubren el rostro desde debajo de la nariz, en parte para evitar inhalar más polvo del necesario, en parte para evitar que la gente le comente cosas del estilo "¿Pero cuántos años tienes, muchacho, si todavía no te ha salido barba?".

En su forma animal es una víbora de color pardo, con ojillos cobres y brillantes, pequeña y escurridiza, que no supera los 50 cm de longitud. Es venenosa, pudiendo producir inflamaciones y mucho dolor, y si no es tratado apropiadamente, la muerte.

vipera seoanei:

Su madre siempre achacó el mal carácter de Basilia a que nació en medio de una tormenta en alta mar. Parte de la furia de los elementos de aquel mediodía se quedó con la niña. Nació en medio de un viaje a España, donde sus padres pasaron cinco años, buscando una fortuna que no encontraron. Así pues, la familia que en aquel momento contaba con cuatro miembros y un quinto en camino, emprendió el viaje a tierras inglesas: Aberum.

La infancia de Basilia estuvo marcada por las despedidas. La primera a la que le dijo adiós fue a su madre, cuando Basilia apenas tenía seis años. En el parto de su tercer hijo, María Guadalupe falleció, aunque se fue tranquila, sabiendo que dejaba en este mundo una nueva vida. La segunda despedida fue precisamente a esta nueva vida, tan solo dos años después, por culpa de leche en mal estado. La tercera fue a sus nueve años: su hermano mayor falleció en un incendio en una fábrica de textil.

Desde entonces su padre evitó por todos los medios que tanto él como su hija trabajaran en fábricas, motivación que lo llevó a abrir un taller, ofreciendo sus servicios como mecánico a todo tipo de clientes. Empezó arreglando pequeños aparatos para los vecinos, y la fama de su buen hacer fue extendiéndose lentamente. Desde relojes hasta máquinas para lavar la ropa o hacer mantequilla, cualquier cosa que se estropeara podía ser arreglada en sus manos. Patrones de fábricas comenzaron a llamarlo, pidiéndole que le echara un vistazo a la maquinaria que fallaba o no funcionaba tan bien como antes. Y, poco a poco, su fama llegó a los oídos de Polaris, quien le contrató para que trabajara arreglando prótesis defectuosas o en mal estado.

La infancia y la adolescencia de Basilia fueron idílicas comparadas con las de sus vecinos: ella no tenía que aguantar largas jornadas en una fábrica, entre ruidos y gases insoportables. Pasaba todo el día con su padre, aprendiendo el oficio y ayudándole en cada vez más proyectos.

Cuando cumplió los 17 años, su padre se dio cuenta de que al ser su hija una mujer hecha y derecha, poca gente la tomaba en serio como su ayudante. Pasó meses y meses insistiendo en que era mejor que se cortara el pelo, que adoptara un nombre más masculino (¡ni siquiera tenía que cambiárselo, podía ser simplemente "Basil"!) y que se acostumbrara a vestir como un varón. Basilia aceptó: al fin y al cabo, era mejor fingir ser un hombre y continuar trabajando a vivir como una mujer y tener que buscar un marido que la mantuviera. Un marido que, además, la alejaría de su querido padre.

Así pasaron cuatro años, sin muchas novedades. La vida era tranquila y feliz para ambos. Él se encargaba de arreglar prótesis y otros defectos menores en autómatas y prótesis y ella era su ayudante. Aun así, lo bueno no dura para siempre. El cólera se llevó a su padre de su lado, reuniéndolo de nuevo con su querida mujer y sus dos hijos, y dejando a Basil sola. Ella apenas recuerda algo de aquel primer año de luto. Vendió la vieja casa y el taller de su padre, y se dedicó a beber y olvidar. También se planteó muchas veces tirarse al mar. Al fin y al cabo, no sabía nadar. Acabaría en el mismo sitio en el que empezó: en el agua salada.

Una noche, en la que estaba planteándose muy seriamente acabarse la botella de tequila y tirarse al mar, un viejo amigo de su padre la reconoció, y le pidió si podía ayudarle con unas cosillas. Basilia lo mandó al carajo un par de veces, pero el hombre insistió: necesitaba a alguien que hubiera trabajado en Polaris, o que al menos conociera de primera mano su mecánica. No solo insistió, sino que le ofreció una buena suma de dinero, que doblaría si el trabajito salía bien.

Subió con el misterioso anciano a una de las habitaciones de la planta superior del local, donde él decía que se alojaba, y allí empezó a quitarse los pantalones. Basilia casi le reventó la botella de tequila, que había llevado consigo, en la cabeza, cuando vio la prótesis que aquel hombre llevaba. Se notaba desajustada, algo oxidada en algunas zonas y en general, mal cuidada. Estuvieron hablando durante un buen rato, y finalmente el hombre convenció a Basilia para que le hiciera un par de arreglillos.  Y no solo eso, también la convenció para que trabajara para él en su taller. El trabajo sería parecido al que estaba acostumbrada a llevar con su padre aunque un poco menos... Ortodoxo.

Basilia volvió a trabajar como ayudante en un taller, de la mano de aquel anciano, Jerome Collins, un reputado traficante en el mercado negro de prótesis de Aberum. Le preocupó poco enterarse de que el anterior mecánico había sido detenido, de que tenían que cambiar todo el taller cada mes de sótano para que la policía no les siguiera el rastro, y de que el sueldo podía variar de mes a mes. Ponerse otra vez manos a la obra le ayudó a cerrar la herida de la muerte de su padre, a empezar un nuevo ciclo. Y trabajar en la clandestinidad era, cuanto menos, emocionante.

• Ha intentado dejarse el pelo largo en un par de ocasiones tras la muerte de su padre, pero le molesta lidiar con él.
• Tiene un par de vestidos de su madre, que nunca se ha puesto, pero guarda con cariño.
• Su padre intentó por todos los medios que fuera una buena cristiana y fuera a la iglesia, pero ella siempre se ha negado en redondo.
• Tiene un marcado acento español al hablar inglés.
• Le gusta mucho cantar, aunque no lo hace nunca en público.
• Siempre tiene las manos y los pies fríos.
• Aún en su forma humana, su saliva es ligeramente venenosa, aunque ni por asomo tanto como cuando está en su forma animal, causando un simple hormigueo y escozor.
No bebe alcohol.

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